Raúl Espinoza Aguilera
Cuando era niño leía un versículo evangélico colocado sobre “Los Nacimientos”
que me gustaba mucho: “Gloria a Dios en los Cielos y en la tierra paz a los
hombres de buena voluntad”.
¿Por qué? Porque se trataba de un plan completo de acción en nuestros actos.
Por una parte, estudiar o trabajar con la intención de darle Gloria a Dios, y por
otra, sembrar la paz y la concordia a nuestro alrededor sabiendo perdonar a los
demás (si nos han ofendido) y viviendo con finura la fraternidad.
Comenzando por la propia familia. Si durante el año hubo roces o trato áspero
entre padres e hijos o los hermanos, en esta época no, poque se acerca la venida
del Salvador, es decir el Adviento, y prevalece la actitud del perdón de todo
corazón y la reconciliación.
¿Y cuál es la razón última del perdón? Porque así lo ha querido Dios-Padre. Su
Hijo Jesucristo nos dijo claramente: “Tienen que amarse (o quererse) los unos a
los otros.
El Apóstol Pedro -quien sería el Primer Papa- le preguntó:
“-Señor, ¿cuántas veces hemos de perdonar? ¿Hasta siete veces?
Y la respuesta del Dios Encarnado o el Emmanuel (Dios-con-nosotros), no dejó
margen de duda:
-Hasta setenta veces siete”.
En este tiempo del Adviento se recomiendan las privaciones voluntarias o rezar
más, preparando esa venida del Señor.
Recuerdo a una vecina, Doña Blanca, que tenía muy buena mano para cocinar,
mientras preparaba el pavo para la Noche de Navidad, abrió el horno para echarle
al pavo más jugo y mientras realizaba esa labor, dijo con una expresión muy
sonorense:
-¡Estoy bizca del hambre porque casi no desayuné! Lo hice por penitencia.
-Tampoco exageres, comadre. -le contestó Doña Lupita. Porque ya eres una
persona de edad mayor y te puede afectar.
Mientras tanto, los hijos y primos intentan desenrollar la voluminosa “pelota” de
extensiones y foquitos para colocarlos en el árbol. Después colocarán las esferas.
A continuación, viene la típica y cómica discusión sobre a quiénes se les encargó
guardar todas las cosas del árbol. Germán con su acostumbrado buen humor dijo:
-“Fue Cuco, que entre la bola no se supo”.
Las hermanas y primas triunfalmente le dicen a Doña Blanca que ya terminaron de
colocar “El Nacimiento”. Pero la señora les hace una atinada observación:
-Falta la estrella de Belén. Vayan al mercado ahora mismo a conseguir una bonita
estrella, pero no muy cara.
Hacía pocos días, en la fachada de la casa, se colocaron los arreglos navideños
luminosos que son la alegría de los chiquillos.
La Iglesia da el nombre de Adviento a las cuatro semanas que preceden a la
Navidad. En muchos hogares se coloca “La Corona de Adviento”, con cuatro
velas, adornadas con hojas de pino y algunos moños.
Es un recordatorio que sirve para una mejor preparación en la esperanza y en el
arrepentimiento ante la inminente llegada del Señor.
La misericordia de Dios es la esencia de toda la historia de la Salvación, el porqué
de todos los hechos salvíficos.
Dios es misericordioso, y ese atributo divino es como el motor que mueve y guía la
historia de cada hombre. Por eso dice el Salmo: “de la misericordia del Señor está
llena la tierra” (No. 33,5).
¿Qué tanta misericordia tenemos con los defectos de los demás? Me parece que
es una pregunta clave porque en la medida que perdonamos nos iremos
pareciendo más a Dios.
Misma pregunta no podemos hacer con respecto al número de obras de
misericordia tanto corporales como espirituales que hemos hecho a lo largo de
este año o de nuestra vida.
Si observamos con detalle, es una insistencia continua y constante del Papa
Francisco y de las que Jesús nos pedirá cuenta en nuestro Juicio Particular. Hasta
el hecho de consolar al triste, enseñar al que no sabe, visitar a los enfermos, rezar
por vivos y difuntos, etc., nada de eso es despreciable. “Todo cuenta”, como nos
decía un ilustre profesor.
Este tiempo de Adviento es bueno para reforzar esta actitud del corazón. Lo
conseguiremos si tratamos con más frecuencia a Jesús, María y a José y si
luchamos cada día por ser más comprensivos con quienes nos rodean.
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