Raúl Espinoza Aguilera
Parecería increíble pero no
hay un acuerdo unánime sobre las raíces de la felicidad. El diccionario afirma:
“Estado de ánimo de la persona que se siente plenamente satisfecha por gozar de
lo que desea o por disfrutar de algo bueno.
La felicidad era el objetivo
último del ser humano, y la riqueza (es decir, la propiedad libre, individual y
absoluta), su principal baluarte”.
En la actual sociedad de
consumo en que vivimos, se nos dice a través de la publicidad y otros medios de
comunicación: “Si compras el último modelo de este coche, de esta Lap Top o del
celular que están a la vanguardia, o “éste es el último grito de la moda en
ropa”, y así estarás satisfecha o satisfecho, para que las demás personas te
admiren o te alaben.
En este sentido, me llama
mucho la atención esos pantalones de mezclilla -muy caros, por cierto- y que
las jóvenes desfilan por selectas avenidas, lo mismo que en las plazas
comerciales de un nivel socioeconómico alto.
No hace mucho tiempo una
sobrina que tengo le pedía con insistencia a una tía que le comprara uno de
esos pantalones, y la retenía de su manga, subrayándole que era la última moda.
La tía le respondió, con su habitual sabiduría y sagacidad, que pronto tendría uno
de ese tipo de pantalones. Que en el coche de regreso le explicaría más
detalles.
Así ocurrió. Mi tía le dijo
que se había dado cuenta que tiene varios pantalones de mezclilla que necesitaban
desecharse. Y el más gastado se ofreció a meterlo en la lavadora con un líquido
especial para desteñirlo todavía más.
Después que se secara, tomaría
unas filosas tijeras para romperlos tal y como estaban de moda. A mi pequeña
sobrina le dio un berrinche que le duró varios días, pero finalmente comprendió
que lo que estaba pidiendo estaba fuera de lugar. Y ahí terminó el incidente.
No me refiero a todos, pero
existen otro tipo de jóvenes -mujeres y hombres- que tienden “con extraña
presunción” a relatar a sus compañeros (as), los siguientes días de lo sucedido
el fin de semana, en la Preparatoria o en la universidad, las borracheras que
se pusieron o los desórdenes sexuales en que incurrieron, como si fuesen
“hazañas” o algo digno de imitarse.
En esos casos se ha ido creando
un “curioso” sentido de la diversión. En otros casos acuden a las drogas. Todo
ello, tarde o temprano pasa su factura. O se transforman en vicios o van a
parar al hospital por sobredosis.
El conocido Psiquiatra vienés,
Víktor Frankl (1905-1997), desde que concibió su método para curar a sus pacientes
en un campo de concentración (confrontar su libro, “EL HOMBRE EN BUSCA DE
SENTIDO”), que le llamaba “LA LOGOTERAPIA”, se dedicó a dar conferencias por
muchos países. En cierta ocasión daba una conferencia a universitarios en la
Universidad de Harvard.
Un joven que mostró que quería
participar, se quejaba de lo siguiente, más o menos con estas palabras: mantengo
una posición económica bastante desahogada, mis calificaciones tienen buen
promedio, tengo sexo suficiente, amistades, posesiones materiales como un coche
deportivo del año, sin embargo, no soy feliz. ¿Por qué me ocurre esto?
El célebre Psiquiatra se
explayó para explicarle que la felicidad no se encuentra ni en el dinero, ni en
la posesión de los bienes materiales ni en los placeres que ofrece esta vida.
Que era primordial encontrar
un “PARA QUÉ”, es decir, “UN SENTIDO”, en todo lo que se hacía y que era
fundamental ser congruente en nuestro pensar y en nuestro actuar hasta sus
últimas consecuencias.
Porque si no se vive la
coherencia algunas personas terminan en una clínica psiquiátrica; otros más,
terminan sus vidas pensando que han desperdiciado sus vidas. ¿Por qué? Porque
tuvieron muchos amoríos, hijos dispersos, no alcanzaron a formar una familia ni
un hogar estable.
Este último caso me tocó
presenciarlo en una sesión de terapia colectiva. Concluía un anciano: ¡Cuánto
desearía volver a tener 18 años! Para no cometer tantas tonterías como las que
he hecho a lo largo de mis 78 años. ¡He desperdiciado mi entera existencia miserablemente
con un largo serial de tarugadas!
Entonces, ¿Dónde radica la
felicidad? El Filósofo Platón afirma que “consiste en asemejarse a Dios. Es la Sabiduría
Perfecta y, por tanto, la Felicidad Completa. La fe de que el hombre puede
disfrutar en esta vida presente, es una participación imperfecta de aquella
Celeste. A ella se arriba por dos medios íntimamente ligados entre sí: la
dialéctica o proceso por el cual el alma se desmaterializa y consiguientemente
accede a la orden de las ideas puras”.
Aristóteles hereda la
concepción platónica centrando la fe en el ideal de Sabiduría y de Virtud. Sólo
que Aristóteles “exige más cosas que la contemplación del Motor Absoluto del
mundo y, por otro lado, disloca la concepción unívoca del Bien en Platón”.
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