Leyendo “Los tres diálogos y el relato del Anticristo” de Vladimir Soloviev, filósofo ruso de
la segunda mitad del siglo XIX, dedicado al ecumenismo y converso finalmente al catolicismo,
encontré, junto con afirmaciones típicas de su época -el diálogo es publicado en 1899- que
muestran la ceguera del racionalismo decimonónico frente a la inminente 1ª Guerra Mundial,
otras en cambio proféticas sobre el siglo XXI. En concreto, en la “profecía” de Soloviev, el
Anticristo vendrá en el siglo XXI y promoverá una serie de políticas características de nuestra
época. Es decir, si en un sentido fracasó como profeta: consideraba imposible una guerra entre las
potencias europeas, guerra que se desencadenó tan soló 15 años después de su texto y 14
después de su muerte, en cambio acertó en afirmar que el siglo XX sería el siglo de las “grandes
guerras.” Además, previó algunas de las notas típicas de la cultura en el siglo XXI, por lo que sí
podemos calificar su texto de actual, de profético y de advertencia.
¿Qué características tendrá este Anticristo? Son de lo más variopintas, aunque la esencial
es obvia: no reconocer a Cristo, ponerse en el lugar de Cristo, ofrecer su venida en vez de la
segunda venida de Jesús. Esa oposición a Jesús se manifiesta como un rechazo a la verdad; pero se
trata de un rechazo disimulado: ofrece cantidad de bienes, promete la paz perpetua, la era del
progreso, es un gran altruista y pluralista, incluso se muestra respetuoso de las religiones y
promueve un cristianismo en general -es decir, la unión de católicos, ortodoxos y evangélicos- que
prescinda de sus contenidos doctrinales y dogmáticos, para centrarse únicamente en una
propuesta moral, pacifista e incluso animalista. El mundo secularizado en que vive se caracteriza
por el olvido de la trascendencia, la espiritualidad y Cristo; elementos todos ellos suplidos por el
progreso y la filantropía.
El “relato del Anticristo” -escrito a finales del siglo XIX- comienza con una profecía sobre el
siglo XX: “fue la época de las últimas grandes guerras, de las discordias intestinas y de las revueltas
revolucionarias”. Más adelante afirma: “La Europa del siglo XXI fue una unión de estados más o
menos democráticos: la Unión de Estados Europeos.” Resulta interesante observar cómo, a finales
del siglo XIX, se percibía que la racionalidad política y la democracia iban a confluir con el tiempo
en la creación de la Unión Europea, pero no sospechaban el precio: las dos guerras mundiales.
Otra advertencia interesante, para los creyentes del siglo XXI es la siguiente: “Y mientras la
enorme mayoría de los intelectuales continuaron siendo no creyentes, los pocos creyentes debían
necesariamente convertirse en intelectuales.” Es decir, augura que la supervivencia de la fe
depende de la formación, necesitamos una fe ilustrada, instruida, profunda que, al decir de san
Pedro, sea capaz “de dar razón de nuestra esperanza.” Precisamente porque la presión externa
será muy fuerte.
En la presentación de Soloviev, el Anticristo será un humano súper dotado. Física -
atractivo- pero, sobre todo, intelectualmente. Incluso, al principio creía en “el bien, Dios, el
Mesías… pero al mismo tiempo sólo se amaba a sí mismo.” La “conciencia de su elevada dignidad
se manifestaba no obstante no como una deuda moral frente a Dios y el mundo, sino como un
derecho y una superioridad frente a los demás y, sobre todo, frente a Cristo.” Hasta que
“finalmente, un odio impetuoso se adueñó de su alma. «¡Yo, yo, no Él!»” Escribió un libro que fue
mundialmente alabado, donde el nombre de Cristo no aparecía ni una vez, pero los mismos
cristianos afirmaban: “está impregnado del espíritu auténticamente cristiano del amor activo y del
bien universal, ¿qué más queréis?”
Finalmente se hizo “amo del mundo”, como la novela escrita ocho años después por
Robert Hugh Benson. “El nuevo señor de la Tierra era ante todo un compasivo filántropo; así, su
amor no se limitaba a los hombres, sino que se extendía también a los animales. Era
vegetariano…” Cualquier semejanza con la cultura hodierna es mera coincidencia. Se pone en el
lugar de Dios, pide amor hacia él, y causa una apostasía generalizada, tanto en las diversas formas
de cristianismo, como del judaísmo. Pero finalmente es desenmascarado:
“¡Gran soberano! Lo que más apreciamos en el cristianismo es el mismo
Cristo. Él mismo y todo lo que de Él proviene, pues sabemos que en Él habita
corporalmente la plenitud de la Divinidad… Nos has preguntado qué podías hacer por
nosotros. He aquí una respuesta precisa: aquí y ahora, confiesa ante nosotros a
Jesucristo, Hijo de Dios, que se encarnó, resucitó y de nuevo vendrá. Confiésalo y
nosotros te acogeremos con amor como verdadero precursor de su segunda y
gloriosa venida.”
Dr. Salvador Fabre
masamf@gmail.com
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