Raúl Espinoza Aguilera
Alessandra nació en Roma (Italia) el 25 de septiembre de 1963. Estudió
Administración de Empresas en el John Cabot College y trabajó en Nueva York
para la empresa “American Express”. A su vuelta a Italia siguió en el mundo de los
negocios y organizó exposiciones de arte. Se convirtió en una experta
museógrafa.
Ése era su ambiente y le llenaba de alegría dedicarse al arte por herencia familiar.
Los Borghese son una familia nobiliaria italiana, originaria de Siena, que fue muy
importante en la historia política y religiosa de Roma desde el siglo XIII y durante
los siglos venideros. De esa ilustre familia descienden ilustres personajes, como:
filósofos, artistas, militares, marinos, senadores, políticos, abogados y hasta un
Papa.
Alessandra reconoce que le agradaban las ciudades cosmopolitas, por ello decidió
estudiar en Nueva York. También relata que le gustaba la buena vida: lujosos
restaurantes, frecuentes reuniones con la alta sociedad, entrevistas con
celebridades y conocidos artistas y cantantes, usar ropa costosa, tener buenos
coches último modelo y, sobre todo, escribir sobre exposiciones de arte.
Es una persona muy alegre, que goza de buen humor y simpatía, por ello se ha
hecho de numerosas amistades, sobre todo, de la aristocracia.
Le apasiona ser escritora, periodista, empresaria cultural y crítica de arte. Escribe
para el Semanario “Gente” y en el Suplemento Cultural “Estilos” “Il Corriere della
Sera.”
Ha publicado varios libros. Hubo dos de ellos que me impresionaron: “Sed de
Dios” (2007) y “Con los Ojos Nuevos: Un Viaje a la Fe” (2018). En ellos reconoce
que con ese estilo de vida que llevaba, tenía una actitud crítica y de desapego
hacia su propia fe. Desde su adolescencia se había distanciado de la Iglesia
porque según lo dice con sus propias palabras, le parecía “rígida, polvorienta y
anticuada”.
A ella le atraían mucho las fiestas, las reuniones, los bailes, pasarla bien, divertirse
en agradables entornos, tener buenas amigas que le hicieran compañía en su
frívolo “tren de vida”. Ése era su placentero “status” y no estaba dispuesta a
cambiarlo por nada del mundo.
Luego se enamoró de Marco Nesbit, joven rico, bien parecido y con muchos
amigos. Pero ocultaba un acentuado desequilibrio mental. Cierto día, en el centro
de Roma, a plena luz del día y a media calle, Marco se le acercó a un conche
convertible donde viajaba Alessandra y la invitó a dar un paseo. Ella aceptó de
buen gusto. Subió al automóvil de Marco y avanzaron un cierto trecho.
En el momento menos esperado le gritó a la experta en Arte: ¡”Me voy a disparar”!.
Sacó una pistola. Ella pensaba que, sin duda, se trataba de una broma. Giró su
cabeza para mirarlo, pero observó -con estupor- que Marcó se metía el revólver en
la boca y se voló la tapa de los sesos.
No se requiere demasiada imaginación para comprender lo que supuso para
Alessandra este desagradable suceso. Sobre todo, si tomamos en cuenta su
exquisita sensibilidad artística y por tratarse de su primer novio. Auténticamente
“se derrumbó” y tuvo que acudir a la asistencia médica por el fuerte impacto
sufrido. Para Alessandra no fue fácil olvidar este hecho. También sus familiares y
amistades intervinieron para ayudarle a sobreponerse.
Un tiempo después, en Nueva York, se enamoró de Constantine Niarchos, hijo del
famoso naviero griego Stavros Niarchos., quién era un gran armador de barcos,
Se trataba de un joven inteligente, rico, simpático, pero adicto a la cocaína.
Ella le suplicó que se internara en una clínica de desintoxicación, a lo que el joven
accedió. A los pocos meses parecía estar rehabilitado y decidieron casarse. Pero
aquel sueño con “su príncipe azul” terminó bruscamente porque un par de años
después, Constantine volvió a caer en las drogas. La relación conyugal se tornó
insostenible y fue entonces cuando decidieron divorciarse. Años después,
Alessandra se enteró que falleció a consecuencia de una sobredosis.
A continuación, murieron también familiares cercanos de Alessandra y estaba
auténticamente destrozada por dentro. Acudió a una amiga suya y la invitó a la
Santa Misa. Al principio ella tenía sus dudas y resistencias interiores, pero
finalmente aceptó. Cierto día escuchando la Palabra de Dios le impactó de modo
especial. Fue entonces que acudió a la Confesión. Y el sacerdote le recomendó
que continuara asistiendo a la Santa Misa y a la Comunión frecuente. Con este
motivo sintió la Presencia de Dios, que la buscaba como un Padre Amoroso y con
Quién podía desahogarse. Y, a la vez, sintió su Amor Infinito. Entonces, ocurrió un
notable cambio interior porque su vida adquiría otra dimensión más profunda.
Al fin, había descubierto la causa de la verdadera alegría, la que vale realmente la
pena. De un Amor que no cambia, sino que siempre está junto a nosotros,
escuchándonos, bendiciéndonos, inspirándonos.
Así que le volvió la alegría perdida a su rostro y a su corazón porque Alessandra
sabía que era la definitiva y, a la vez, la más profunda. A raíz de esa íntima
experiencia, publicó varios libros y se dedicó a dar conferencias por muchas
capitales del Viejo Continente con el tema: “¿Cómo encontré a Dios?” A través de
sus exposiciones se convirtió en una celebridad con un tema tan audaz como
novedoso en la secularizada Europa.
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