Raúl Espinoza Aguilera
El pasado 5 de enero fueron los funerales del Papa Emérito Benedicto XVI. El
Romano Pontífice actual destacó sus múltiples virtudes: sabiduría, humildad, su
plena entrega como sacerdote, Obispo y Papa, etc.
Siempre me han sorprendido su lucidez intelectual, su capacidad de ser un
investigador infatigable y el hecho de haber publicado una enorme cantidad de
libros y ensayos sobre Teología.
Fue un incansable buscador de la verdad. Sus aportaciones y acertados
comentarios durante el Concilio Vaticano II llamaron la atención a los Padres
Conciliares sobre ese joven profesor de Teología de 35 años.
Había nacido en Baviera, Alemania en 1927. Su padre era comisario y provenía de
una modesta familia de agricultores. Su madre trabajó por muchos años como
cocinera. Era una familia profundamente católica. El joven Joseph Ratzinger y su
hermano Georg ingresaron al seminario y, posteriormente fueron ordenados
sacerdotes. Su hermana María administró la casa de los Ratzinger.
El mismo Joseph afirma en su autobiografía –“Mi Vida”- que su vocación creció
con toda naturalidad, sin hechos espectaculares. A los Ratzinger les tocó vivir los
horrores de la Segunda Guerra Mundial. Adolfo Hitler obligó a todos los
adolescentes a ingresar en la milicia. El joven Joseph, de escasos 16 años, no le
quedó más remedio que enlistarse en las filas del ejército, pero en 1945 desertó al
observar tantas locuras y crueldades de Hitler, motivo por el cual fue encarcelado
en un campo de concentración poco tiempo antes de que concluyera esta
conflagración.
Posteriormente realizó estudios de Filosofía y Teología en la Escuela Superior de
Frisinga. En el seminario estudió con gran interés a San Agustín de Hipona y San
Buenaventura. Tras años de estudio, en 1953 se doctoró en Teología con una
tesis sobre San Buenaventura.
Fue un innovador de esta rama del saber, hecho por el cual sufrió muchas
incomprensiones. Sus afanes reformistas fueron malinterpretados, pero Ratzinger
siguió adelante con sus investigaciones y publicaciones.
En los años sesenta ingresó como catedrático a la universidad de Tubinga. Pero al
poco tiempo se infiltraron las ideas radicales marxistas y los movimientos
estudiantiles de protesta que culminaron con los disturbios de 1968.
Fue entonces cuando decidió volver a Baviera a la Universidad de Ratisbona,
donde no había esos movimientos tan radicales. Por esos años, publicó
“Introducción al Cristianismo”. Ese libro constituye una verdadera joya sobre la
manera como aborda la fe en Jesucristo. En 1972 fundó la publicación
“Communio” y pronto se convirtió en una de las publicaciones católicas más
influyentes a nivel internacional.
En 1951 fue ordenado sacerdote. A principios de 1977 fue consagrado Arzobispo
de Múnich y Frisinga. El 27 de junio de ese mismo año el Papa Paulo VI lo nombró
Cardenal. Por esa época ya se carteaba con el Cardenal Karol Wojtyla. En sus
publicaciones subrayaba la idea de que el cristianismo no era un mero conjunto de
normas morales sino el encuentro con una Persona, con Jesucristo.
Pronto este Cardenal polaco fue elevado a la Cátedra de San Pedro con el
nombre de Juan Pablo II. En 1981 el Santo Padre le propuso al Cardenal
Ratzinger ser el Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Fue muy interesante cómo se reunieron dos luminarias del pensamiento: un Papa
Filósofo y, el Cardenal alemán, como un brillante Teólogo porque cuando se
sentaban para analizar problemas de actualidad, como: la Teología de la
Liberación, por ejemplo, muy pronto coincidieron en que la verdadera liberación no
era tomar una metralleta para formar guerrillas y atacar a los ricos, sino más bien,
consistía en la liberación del pecado mediante la acción de la Gracia del Señor.
Así las cosas, cuando Juan Pablo II realizó su primer viaje a México con ocasión
de la Conferencia Latinoamericana (CELAM) que se llevó a cabo en Puebla
pronunció un vibrante discurso en el que aclaró que el sacerdote o religioso no era
una especie de líder sindical ni un dirigente obrero sino un representante de Cristo
que formaba a sus fieles en la doctrina del Señor.
Posteriormente para poner por escrito los conceptos e ideas centrales sobre la fe,
Juan Pablo II le encargó al Cardenal Ratzinger que organizara a un equipo de
especialistas en diversas materias de Teología Dogmática, Sacramentaria y Moral
para elaborar un “Catecismo de la Iglesia Católica”. Este documento acalló
muchas voces que pretendían imponer una doctrina que no era la de Jesucristo.
Benedicto XVI, como infatigable buscador de la Verdad, gustaba de cambiar
impresiones sobre temas fundamentales de nuestra fe con sus expertos
colaboradores, no para imponer su punto de vista, sino llegar a las entrañas de
una problemática y transmitir esa luz de la verdad a la cristiandad. El periodista
alemán, Peter Seewald, le hizo al Santo Padre una serie de entrevistas sobre
temas de palpitante actualidad. Recuerdo el libro “Dios y Mundo” que me
impresionó por la honestidad intelectual del Papa. Después de muchas entrevistas
convertidas en libros, el escritor alemán concluyó que “Benedicto XVI es un
pensador moderno”.
En definitiva, considero que si el Cardenal Joseph Ratzinger no hubiese sido
elegido como Romano Pontífice, hubiera pasado a la Historia de la Iglesia
Moderna, como uno de los intelectuales más sobresalientes por sus novedosas
aportaciones, pero siempre apegado a la ortodoxia doctrinal.
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