jueves, 8 de diciembre de 2022

TIEMPO DE BALANCE GENERAL Y DE PROPONERNOS BUENOS PROPÓSITOS

Raúl Espinoza Aguilera

Indudablemente al término de un año más, es recomendable realizar un balance

general de nuestra vida, como lo hacen en las empresas. Esta reflexión me llevó a

recordar una consideración que leí en un libro hace muchos años y me hizo

bastante bien:

“Examen. (…) Contabilidad que no descuida nunca quien lleva un negocio. ¿Y hay

negocio que valga más que el negocio de la Vida Eterna?” (“Camino”, No. 235,

Escrivá de Balaguer, San Josemaría).

En cierta ocasión, me acerqué a un conocido Notario que se había jubilado y que

ahora se dedica a trabajar intensamente en una labor social y asistencial, en la

que yo también colaboro. Le pregunté:

-Manuel, ya llevas muchos años apoyando a esta labor social y le dedicas tu mejor

tiempo y esfuerzo, cuando muchos de tus colegas que ya están jubilados y

emplean su tiempo en viajar, en practicar sus aficiones o simplemente a

descansar, ¿tú por qué lo haces?

-Mira, mi querido Raúl, porque no quiero llegar allá Arriba con los morrales vacíos;

quiero llegar con los costales bien cargados de buenas obras.

Reconozco que su respuesta me edificó sobremanera porque tenía toda la razón y

me llevó a hacer un balance general de mi vida. “Llegar ante Dios con las manos

llenas de buenas obras”, pensaba una y otra vez, es justo la reflexión que me

hacía falta y que creo que toda persona debe de hacerse.

Ahora, que en pocos días celebraremos la Solemnidad de Nuestra Señora de

Guadalupe, me acordé de un conocido español, Ingeniero de profesión, que justo

por estas fechas vino a buscarme y lo invité a tomar un café para platicar

ampliamente.

En la animada conversación tocamos muchos temas: de sus logros en su

actividad profesional, de su familia, de conocidos mutuos; de lugares de México,

que había visitado y que le habían agradado mucho. Todo transcurría de modo

cordial y ameno, pero al tocar el tema de Dios, me dijo de manera seca y con mal

humor:

-Mira, no comiences a “sermonearme”. ¡Eso no lo tolero ni de mi madre!

Le respondí:

-Pero hasta donde y yo recuerdo, estudiaste en colegios católicos; en tu familia

siempre te fomentaron la práctica de la vida cristiana, te casaste por la Iglesia…


-Sí, sí -me interrumpió con brusquedad- eso era antes cuando era niño y luego

joven, pero ahora ya no creo absolutamente en nada. Soy agnóstico. ¡Así que

prefiero no hablar de este tema y punto!

Entonces, conversamos de otros asuntos y le platiqué de mi actividad profesional.

Pasó un poco tiempo, después terminamos y nos despedimos.

Antes de concluir añadió:

-¡Y todavía la ilusa de mi madre me recomendó que no me regresara a Madrid, sin

antes ir a la Villa de Guadalupe! ¿Cómo ves? -me preguntó burlonamente.

Y le dije con seguridad:

-Mira, velo por el lado de incrementar tu cultura general. Porque la Villa de

Guadalupe es el Santuario en donde asisten el mayor número de fieles, no sólo de

nuestro país, sino que me he encontrado con personas de todo el Continente

Americano, de Europa, ¡hasta de Australia e Indonesia! Con eso te digo todo. ¡Te

sugiero que vayas!

A los pocos días, este amigo español me llamó desde el aeropuerto y me dijo:

-No me vas a creer lo que me pasó en la Villa. Finalmente fui a regañadientes. Me

puse en esa banda que hay donde se mira de cerca a la Virgen María y delante de

mí había una indita, muy pobrecita, que iba vestida con su traje típico, descalza,

con sus trenzas y no paraba de darle gracias a la Virgen. Decía:

-Madrecita, gracias porque mi marido se curó de la fuerte pulmonía que le dio;

gracias porque mi yerno dejó de beber; gracias porque a mi hijo le fue bien en su

cosecha de las tierritas de maíz que sembró; gracias porque mi sobrino se salvó

de ahogarse en el río, y así una retahíla de gracias…

Y me solté llorando, diciéndole a Dios: “Señor, yo que lo tengo todo en la vida, me

he alejado de ti y de tu Madre, y esta pobrecita -que nada tiene- no deja de dar

gracias. ¡Qué malagradecido he sido contigo, perdóname! Y a continuación subí a

buscar a un sacerdote e hice una Confesión general de mi vida y me dio la

absolución. Como al finalizar, me di cuenta que había Misa y recibí a Jesús en la

Eucaristía. Todo eso me llenó de una gran paz espiritual y estoy muy agradecido

con mi mamá y contigo. No quise hacer una cita para charlar porque se me caía la

cara de vergüenza. Pero sé que a mi madre le dará mucho gusto. Así que me

despido porque mi avión sale en un rato más. ¡Muchas gracias por todo!

Me quedé pensando que, en realidad, yo no había logrado nada con él.

Reconozco que había rezado, pero hasta ahí. Más bien, había sido la Virgen de

Guadalupe, a través de aquella indita, quien había provocado aquella

impresionante conversión de vida. Y me parece que con este par de anécdotas ya

está todo dicho.

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