Raúl Espinoza Aguilera
Indudablemente al término de un año más, es recomendable realizar un balance
general de nuestra vida, como lo hacen en las empresas. Esta reflexión me llevó a
recordar una consideración que leí en un libro hace muchos años y me hizo
bastante bien:
“Examen. (…) Contabilidad que no descuida nunca quien lleva un negocio. ¿Y hay
negocio que valga más que el negocio de la Vida Eterna?” (“Camino”, No. 235,
Escrivá de Balaguer, San Josemaría).
En cierta ocasión, me acerqué a un conocido Notario que se había jubilado y que
ahora se dedica a trabajar intensamente en una labor social y asistencial, en la
que yo también colaboro. Le pregunté:
-Manuel, ya llevas muchos años apoyando a esta labor social y le dedicas tu mejor
tiempo y esfuerzo, cuando muchos de tus colegas que ya están jubilados y
emplean su tiempo en viajar, en practicar sus aficiones o simplemente a
descansar, ¿tú por qué lo haces?
-Mira, mi querido Raúl, porque no quiero llegar allá Arriba con los morrales vacíos;
quiero llegar con los costales bien cargados de buenas obras.
Reconozco que su respuesta me edificó sobremanera porque tenía toda la razón y
me llevó a hacer un balance general de mi vida. “Llegar ante Dios con las manos
llenas de buenas obras”, pensaba una y otra vez, es justo la reflexión que me
hacía falta y que creo que toda persona debe de hacerse.
Ahora, que en pocos días celebraremos la Solemnidad de Nuestra Señora de
Guadalupe, me acordé de un conocido español, Ingeniero de profesión, que justo
por estas fechas vino a buscarme y lo invité a tomar un café para platicar
ampliamente.
En la animada conversación tocamos muchos temas: de sus logros en su
actividad profesional, de su familia, de conocidos mutuos; de lugares de México,
que había visitado y que le habían agradado mucho. Todo transcurría de modo
cordial y ameno, pero al tocar el tema de Dios, me dijo de manera seca y con mal
humor:
-Mira, no comiences a “sermonearme”. ¡Eso no lo tolero ni de mi madre!
Le respondí:
-Pero hasta donde y yo recuerdo, estudiaste en colegios católicos; en tu familia
siempre te fomentaron la práctica de la vida cristiana, te casaste por la Iglesia…
-Sí, sí -me interrumpió con brusquedad- eso era antes cuando era niño y luego
joven, pero ahora ya no creo absolutamente en nada. Soy agnóstico. ¡Así que
prefiero no hablar de este tema y punto!
Entonces, conversamos de otros asuntos y le platiqué de mi actividad profesional.
Pasó un poco tiempo, después terminamos y nos despedimos.
Antes de concluir añadió:
-¡Y todavía la ilusa de mi madre me recomendó que no me regresara a Madrid, sin
antes ir a la Villa de Guadalupe! ¿Cómo ves? -me preguntó burlonamente.
Y le dije con seguridad:
-Mira, velo por el lado de incrementar tu cultura general. Porque la Villa de
Guadalupe es el Santuario en donde asisten el mayor número de fieles, no sólo de
nuestro país, sino que me he encontrado con personas de todo el Continente
Americano, de Europa, ¡hasta de Australia e Indonesia! Con eso te digo todo. ¡Te
sugiero que vayas!
A los pocos días, este amigo español me llamó desde el aeropuerto y me dijo:
-No me vas a creer lo que me pasó en la Villa. Finalmente fui a regañadientes. Me
puse en esa banda que hay donde se mira de cerca a la Virgen María y delante de
mí había una indita, muy pobrecita, que iba vestida con su traje típico, descalza,
con sus trenzas y no paraba de darle gracias a la Virgen. Decía:
-Madrecita, gracias porque mi marido se curó de la fuerte pulmonía que le dio;
gracias porque mi yerno dejó de beber; gracias porque a mi hijo le fue bien en su
cosecha de las tierritas de maíz que sembró; gracias porque mi sobrino se salvó
de ahogarse en el río, y así una retahíla de gracias…
Y me solté llorando, diciéndole a Dios: “Señor, yo que lo tengo todo en la vida, me
he alejado de ti y de tu Madre, y esta pobrecita -que nada tiene- no deja de dar
gracias. ¡Qué malagradecido he sido contigo, perdóname! Y a continuación subí a
buscar a un sacerdote e hice una Confesión general de mi vida y me dio la
absolución. Como al finalizar, me di cuenta que había Misa y recibí a Jesús en la
Eucaristía. Todo eso me llenó de una gran paz espiritual y estoy muy agradecido
con mi mamá y contigo. No quise hacer una cita para charlar porque se me caía la
cara de vergüenza. Pero sé que a mi madre le dará mucho gusto. Así que me
despido porque mi avión sale en un rato más. ¡Muchas gracias por todo!
Me quedé pensando que, en realidad, yo no había logrado nada con él.
Reconozco que había rezado, pero hasta ahí. Más bien, había sido la Virgen de
Guadalupe, a través de aquella indita, quien había provocado aquella
impresionante conversión de vida. Y me parece que con este par de anécdotas ya
está todo dicho.
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