Raúl Espinoza Aguilera, @Eiar51
El pasado 22 de octubre se
celebró la fiesta de San Juan Pablo II. Por asociación de ideas, me vino a la
memoria aquel inolvidable viernes 26 de enero de 1979, cuando Su Santidad Juan
Pablo II realizó su primer viaje pastoral a nuestro país. En aquel histórico
viaje, en que fue aclamado por la innumerable multitud que le aplaudía y
coreaba con enorme cariño: “¡Juan Pablo Segundo, te quiere todo el mundo!”. Desde
el aeropuerto el “papamóvil” lo trasladó directamente a la Catedral de México,
donde celebró su primera Santa Misa en el continente americano. Ahí pronunció
una homilía que conmovió profundamente a los mexicanos, cuando expresó: “En mi
natal Polonia solemos repetir “¡Polonia, siempre fiel!”, quisiera también poder
decir “¡México siempre fiel”!
¿A qué se refería el Santo
Padre con estas palabras? En Polonia, este destacado intelectual, filósofo y
poeta, que con el tiempo sería Romano Pontífice y llevaba de civil el nombre de
Karol Wojtyla, tanto él como su querida Patria sufrieron la sangrienta y cruel
invasión de las tropas nazis enviadas por Adolfo Hitler, que marcó el inicio de
la Segunda Guerra Mundial, el 1 de septiembre de 1939.
En esos años (1939-1945) se
persiguió mucho a la Iglesia católica. Se clausuraron templos y fue aplastada
la libertad religiosa. Los sacerdotes y religiosos se refugiaron en conventos
para no ser descubiertos. Surgió “la Iglesia de la clandestinidad” en que los
fieles practicaban su fe a escondidas para no ser sorprendidos por los
persecutores. Fue un hecho muy similar a los que ocurrieron en México, durante
la Guerra Cristera (1926-1929).
Pero, a pesar de los fuertes y
persistentes ataques, Polonia y México conservaron intacta su fe. Es más, se
revigorizaron sus convicciones religiosas y surgieron muchos mártires, que
prefirieron perder su vida antes que renegar de su cristianismo. Desde ese
segundo lustro de los años veinte, los polacos admiraban mucho a los mexicanos
por haber permanecido fieles a sus creencias y siguieron paso a paso el
desarrollo de esa injusta y desigual conflagración.
Tiempo después, los nazis
fueron derrotados por las fuerzas Aliadas. En un principio, se pensaba que se
habían recuperado las libertades ciudadanas, pero los invasores rusos -que
luchaban con los Aliados- establecieron un sistema marxista-leninista en Polonia
y muchos otros países del Este Europeo, ante el silencio cobarde y pasivo de los
Estados Unidos. Nuevamente el pueblo polaco se enfrentó a una dictadura en que
se negaban los más elementales derechos humanos. Hubo muchas detenciones de disidentes
y fueron fusilados o enviados a campos de concentración, llamados “Gulags”.
En medio de ese clima de
opresión, los Pastores de la Iglesia de Polonia realizaron un esfuerzo especial
para mantener a los fieles fuertes en la fe y que no perdieran la esperanza en
sus convicciones religiosas. En 1958, después de realizar sus estudios de
Teología como seminarista y haber sido ordenado sacerdote, Karol Wojtyla
recibió su Ordenación como Obispo Auxiliar de la diócesis de Cracovia. Cuatro
años después fue designado Arzobispo de la misma diócesis, y en 1967, el Papa
Paulo VI, lo proclamó Cardenal.
El comportamiento a destacar
fue su valentía y perseverancia para defender la fe de su grey. Recuerdo que
los comunistas pretendieron edificar “una ciudad sin Dios” o “la ciudad
socialista perfecta”, llamada “Nowa Huta”. Pero los fieles creyentes deseaban
que se construyera una iglesia católica. El Cardenal Wojtyla les pidió a todos
los católicos de esa población que, poco a poco, fueran trayendo ladrillos y
que colaboraran en levantar los muros en donde se construiría lo que sería el
nuevo templo. Pero, por la noche, las autoridades rusas enviaban bulldozers
para derribar esos incipientes muros. Al día siguiente, el Cardenal animaba a
sus fieles a no dejarse acobardar ni a ceder ante el miedo por las posibles represalias
y continuar trayendo material para levantar, nuevamente, las paredes de su
iglesia. Ese “estira y afloja” se prolongó durante varios meses, hasta que
finalmente las autoridades soviéticas dieron el permiso para que se levantara
un templo católico. Este “botón de muestra” manifestaba la fortaleza y
tenacidad de este “Cardenal de Hierro”.
Por ello, cuando vino a
México, el Papa Juan Pablo II con su lema “¡México siempre fiel!”, estaba
haciendo un vigoroso llamado a no ceder “ni un milímetro” en el depósito de la
fe cristiana. Polonia había permanecido fiel y eso mismo deseaba para nuestra
Patria, en esos años en que no había relaciones Iglesia y Estado.
Los actuales embates que los
fieles mexicanos estamos sufriendo contra nuestra religión y nuestra moral, nos
lleva a recordar este valioso consejo de este Papa, ahora Santo. Por ejemplo,
con la legalización (o despenalización) del aborto, por parte del Lic. Arturo
Saldívar, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación con el voto
mayoritario de sus Ministros han dejado en riesgo a las personas más
vulnerables, esos bebés que se encuentran en el seno de sus madres. Se les ha
arrancado un primordial derecho humano: el derecho a vivir desde el momento de
la concepción hasta su muerte natural. Son horrorosos los crímenes que se están
cometiendo diariamente en contra de ciudadanos mexicanos y no debemos permitir
ni tolerar. Es necesario dar la batalla cultural para que los niños recuperen
su derecho elemental a la vida y a que se conserve ese núcleo fundamental que
es la familia, que también se pretende destruir.
Ha llegado la hora de la
responsabilidad ciudadana por defender con determinación y valentía esos
derechos básicos, que están intrínsecamente unidos a la naturaleza humana.
Concluyo con una frase del célebre Filósofo Platón, con la intención de que sirva
de estímulo positivo a los lectores y les mueva a la acción: “El precio de
desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores hombres”.
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