domingo, 7 de noviembre de 2021
LA BREVEDAD DE LA VIDA Y DIVERSAS POSTURAS FRENTE A ESTA REALIDAD
Raúl Espinoza Aguilera @Eiar51
A propósito de este mes dedicado a los difuntos, es un hecho que la vida se nos
va como agua entre las manos. Quizá con el paso de las décadas parecería que el
tiempo se va acortando. Y las semanas se pasan casi sin sentirlas, al igual los
meses. Hacia el otoño de nuestra existencia, nos guiamos por las estaciones del
año. Pensamos: “Ya llegó la primavera y hace algo de calor”. Luego,
consideramos: “Estamos en tiempo de lluvias”. Muy pronto aparece el clima frío y
nos abrigamos más. Y de pronto, casi de modo sorpresivo, se dejan venir las
fiestas de fin de año. Con asombro decimos: “¡Se fue un año más y ni lo sentí!”
Mientras trabajamos y nos concentramos en infinidad de quehaceres, el tiempo
parece que acelera su paso, porque se nos va sigilosamente, sin dejar huella ni
rastro. Salvo en nuestros organismos que se van desgastando con el ese paso de
los años y aparecen enfermedades y achaques propios de la edad.
“El tiempo es implacable (…) desfigura los rostros”, como describía con acento
trágico el poeta Octavio Paz. También el poeta nicaragüense, Rubén Darío,
escribía con nostalgia y dramatismo: “Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no
volver! / Cuando quiero llorar, no lloro / y a veces lloro sin querer.”
Muchas veces sucede que se piensa, de forma equivocada, que se poseerá por
siempre una residencia estable en la tierra. Hay personas que se afanan en
obtener el mayor número de bienes materiales. Y si tienen bastantes, no se
conforman con lo obtenido, sino que quieren muchos más.
Pero mientras viven, no faltan quienes se niegan a reflexionar que habrá un final
de esta existencia y se acabará. Y mucho menos consideran sobre lo que habrá
después de ella. Les parece de mal gusto hablar sobre ese tema, o bien, se
considera un pensamiento sin sentido, que es equivalente a perder el tiempo.
Porque lo importante es vivir el “hoy y ahora”, como me decía un amigo español
“¡Vivir a tope!”, con toda intensidad; gozando al máximo cada segundo de la vida.
Son aquéllos que tienen una visión hedonista de la existencia, concebida como un
mero conjunto de placeres. Y huyen de todo dolor o malestar o asuntos
desagradables.
Por otra parte, hay quienes consideran que es mejor dedicarse a tiempo completo
a realizar negocios, ganar bastante dinero y, en las reuniones con los amigos,
conversar sobre cuáles han resultado ser buenos negocios y cuáles no. De día y
de noche, su mente gira en torno a esa finalidad. Olvidan por completo que tienen
deberes familiares como esposos y como padres; como ciudadanos o trabajar por
el bien común. Eso no entra dentro de sus utilitaristas y pragmáticos esquemas.
Me recuerda a uno de los personajes de “El Principito”, la obra maestra de Antoine
de Saint-Exupéry, que no deja de contar millones de estrellas. Se molesta porque
“El Principito” lo interrumpe y, de momento, olvida el número de estrellas que
llevaba contadas. “¿Para qué cuentas tanto? ¿Las estrellas son tuyas?”-le
pregunta “El Principito”. La única respuesta que obtiene es: “¡Vete ya, no me
interrumpas más!”. Sin duda, es una crítica hacia esos personajes que dicen ser
“muy serios” y sólo se ocupan de negocios y no saben gozar sanamente de la
vida.
No con capaces de contemplar un bello amanecer, ni un agradable paisaje, ni la
sonrisa de un niño, o de un sereno lago con hermosos cisnes. Transitan como por
un largo y oscuro túnel, centrados en sí mismos y en sus propios intereses, hasta
que les sorprende la muerte: un infarto, un aneurisma cerebral, un paro
respiratorio. Jamás voltearon para considerar la belleza de una noche cubierta de
estrellas o un magnífico atardecer en el océano infinito, o sin reflexionar sobre
Quién creó todas esas maravillas. Sus vidas quedaron truncadas de manera
súbita y sorpresiva. Nunca reflexionaron sobre el sentido trascendente de la
existencia humana. Como canta el poeta Bob Dylan: “Cuántas veces debe / un
hombre alzar su vista / antes de que pueda / mirar el Cielo / (“La Respuesta está
en el Viento”).
Como me decía un médico que cumplió setenta y cinco años y angustiado
comentaba: “Se me ha ido la existencia. Tengo cáncer de pulmón con el
diagnóstico de que me queda muy poco tiempo de vida. Que, por cierto, fue
bastante desastrosa. Con cuatro divorcios y un montón de hijos regados. Siento
mucha culpabilidad. Me encuentro con las manos vacías, sin buenas obras. A
veces quisiera volver a tener catorce años para volver a empezar y no cometer
tantas torpezas como lo hice, pero me doy cuenta que eso es un imposible. Me
urge hacer un examen general de mi vida y pensar en qué bien puedo hacer por
los demás antes de partir de este mundo”.
Como sabiamente escribía el inmortal escritor ruso Fiódor Dostoyevski: “El secreto
de la existencia humana está no sólo en vivir, sino también en saber para qué se
vive””. De ahí la importancia en realizar muchas buenas obras en servicio de los
demás, de tener una vida útil y provechosa gastada en ayudar a quienes más lo
necesitan, de darle un sentido a nuestro trabajo profesional que redunde en
beneficio de la familia y de la sociedad, de interesarse por el bien de la comunidad
y dejar una honda huella de bien en nuestro paso por la tierra.
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