martes, 19 de octubre de 2021
PARA COMPRENDER EL DOLOR EN CLAVE CRISTIANA
P. Mario Arroyo,
Dr. en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
Pregunta un alumno de medicina: “Padre, en la Nueva Carta a los Agentes Sanitarios se
dice que algunas personas pueden rechazar los analgésicos para unirse a la Cruz de Jesucristo,
para ofrecer sus dolores a Dios. ¿Qué gana Dios con nuestro sufrimiento? No me hace sentido tal
aseveración.” Efectivamente, es muy aguda la observación del alumno, y comprensible en un
mundo descristianizado. Son pocos los lugares, en el Magisterio reciente, donde se recuerda tal
posibilidad, pareciera una práctica perdida, residuo de antiguas visiones tremendistas del
cristianismo.
Sin embargo, tal perspectiva no ha desaparecido totalmente del Magisterio de la Iglesia y
de la práctica cristiana. Baste recordar dos textos: En la Nueva Carta a los Agentes Sanitarios,
documento del 2017, dice en su número 95: “El dolor puede tener para el cristiano un alto
significado penitencial y salvífico… No debe, pues, sorprender que algunos cristianos deseen
moderar el uso de los analgésicos, para aceptar voluntariamente al menos una parte de sus
sufrimientos y asociarse así, de modo consciente a los sufrimientos de Cristo crucificado.”
El otro texto es de Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi n. 40, donde pareciera que hace
una reminiscencia de prácticas ya materialmente perdidas, o en desuso dentro de la Iglesia, pero
que sería interesante recuperar: “La idea de poder «ofrecer» las pequeñas dificultades cotidianas,
que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido,
era parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta hace no mucho tiempo, aunque
hoy tal vez menos practicada. En esta devoción había sin duda cosas exageradas y quizá hasta
malsanas, pero conviene preguntarse si acaso no comportaba de algún modo algo esencial que
pudiera sernos de ayuda. ¿Qué quiere decir «ofrecer»? Estas personas estaban convencidas de
poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com-padecer de Cristo, que así entraban a
formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. De esta
manera, las pequeñas contrariedades diarias podrían encontrar también un sentido y contribuir a
fomentar el bien y el amor entre los hombres.”
Vale la pena citarlos por extenso, pues son bastante esporádicas las alusiones del
Magisterio a esta realidad, que de otra parte es muy habitual. Enfrentarnos al tema del dolor y
darle un sentido cristiano. El alumno de la clase convenía en la oportunidad de ofrecer tal dolor si
no podía evitarse; pero no entendía el hecho de no evitar un sufrimiento, pudiendo hacerlo. No es
culpa suya, ha crecido en un ambiente hedonista, donde el bien es el placer, lo que se debe
buscar, y el mal es el dolor, lo que se debe evitar. No entraba en su cabeza la posibilidad de no
evitar voluntariamente un dolor. Constituía una muestra práctica, fehaciente, de la cultura
secularizada, hondamente descristianizada. Frente a esta cultura y mentalidad, el mensaje
cristiano de la penitencia puede sonar más o menos a chino, es decir, incomprensible.
No es el tema nuclear, pero sí es medular en el cristianismo la realidad de la Cruz. El
sufrimiento de Cristo y la posibilidad de unirnos a ese sufrimiento. Un cristianismo sin cruz no es
auténtico. Vale la pena recordar algunas de las “ventajas” del dolor, leído en clave cristiana, pues
es una realidad que no podemos evitar del todo y con la que nos hemos enfrentado abruptamente
ahora, durante la pandemia. El dolor es ambivalente: nos puede destruir interiormente o nos
puede hacer crecer, madurar, ser más humanos y comprensivos con nuestros semejantes. Todos
tenemos pecados, y por tanto todos necesitamos de la penitencia para purificarnos y poder gozar
de Dios al final de nuestras vidas. Y un sentido más profundo, “místico” del sufrimiento, es la
posibilidad espiritual de unirnos a Jesús sufriente a través de él.
Una catequesis completa sobre el sentido cristiano del sufrimiento la encontramos en san
Juan Pablo II, en el ya lejano 1984, con su carta Salvifici doloris. Vale la pena darle una releída, una
desempolvada, pues nos estamos enfrentando al sufrimiento sin las claves cristianas capaces de
darle un sentido positivo. En el fondo, lo que Jesús nos enseña en la Cruz es a amar a través del
dolor; nosotros a veces podemos buscar el dolor para amar de esa forma, a veces no lo podemos
evitar y necesitamos encontrar ese camino, para brindarle el sentido que nos lo haga más
llevadero.
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