miércoles, 21 de abril de 2021
EL SUFRIMIENTO DEL INOCENTE
Pregunta una profesora universitaria millennial, ¿cómo explicar el sufrimiento del
inocente?, más en concreto, aquel sufrimiento que no es causado por el hombre, sino por la
naturaleza, como la enfermedad –la pandemia-, un terremoto, un tsunami o eventos similares en
donde no hay responsabilidad humana. ¿La culpa es de Dios? ¿Por qué permite esas tragedias?
En efecto, el argumento del mal, y más en concreto, el del sufrimiento del inocente, suele
ser uno de los más recurridos para justificar la postura atea. Ya Epicuro explicaba: “Si Dios es
bueno y omnipotente, ¿por qué existe el mal? Si puede evitarlo y no quiere, no es bueno; si quiere
y no puede, no es omnipotente; si ni quiere ni puede, no es Dios. El mal existe, luego Dios no”. En
realidad, toda la historia de la filosofía ha intentado ofrecer una respuesta convincente; sin
embargo, finalmente el problema del mal se encuentra envuelto en un halo de misterio.
Pero, a donde no llega la filosofía, sí alcanza la teología. La respuesta al problema del mal,
que no deja de tener algo misterioso y superior a nuestra razón, no es filosófica, sino teológica;
siendo además una de las ventajas que ofrece la explicación cristiana de la realidad: proporciona
un sentido a lo que pareciera más absurdo y sinsentido. El reclamo del hombre hacia Dios por el
mal queda desarmado desde el momento en que Dios asume ese mal y lo transforma; es lo que
sucede con Jesucristo y su Pasión y Muerte. El reclamo a Dios por el mal ya no es vigente, porque
el mismo Dios hecho Hombre toma ese mal en carne propia. El más inocente de los hombres, el
único absolutamente inocente, recibe en su vida el dolor físico y moral, la injusticia y la muerte. Y
lo hace por amor, mostrándonos un camino, difícil pero real, por medio del cual podemos
transformar nuestro sufrimiento en una forma tremenda de expresar el amor. Jesús sufrió
muchísimo en la Cruz, pero amaba más que sufría, y por ello la cruz se convirtió en signo de
esperanza.
Pero esta aproximación mística al misterio del mal no explica su origen, ni el mal físico,
solo el moral, el causado por el mismo hombre y la maldad que anida y en ocasiones inunda su
corazón. ¿Dios creó el mal? Si no lo creó Dios, ¿quién lo creó o por qué existe? Nuevamente nos
enfrentamos a un misterio que se esclarece a través de la revelación bíblica. La Biblia nos
proporciona una luz para aproximarnos al enigma del origen del mal. ¿Y qué es lo que afirma? Para
comprenderlo tenemos que mirar dos textos fundamentales: Génesis 3 y Romanos 8, que
mutuamente se iluminan. En síntesis, el mal en absoluto entró en el universo por la elección libre
de creaturas racionales. Primero los ángeles y después el hombre, cuando eligen en contra del
designio de Dios, dan lugar al mal. Dios, al crear creaturas libres, corría el riesgo de su libertad, que
no necesariamente tiende al bien, y alguna vez puede actuar mal. El mal, una vez cometido, se
difunde como onda expansiva, e invade toda la historia y la realidad.
Lo que explica San Pablo en Romanos 8, es que ese mal moral del hombre afectó a la
entera creación: “La ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de
Dios. La creación en efecto fue sometida a la vanidad, no espontáneamente. Sino por aquel que la
sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción… la creación entera
gime hasta el presente y sufre dolores de parto”. Dicho de otra forma, el pecado del hombre tuvo
consecuencias cósmicas, afectó a toda la creación, que ahora es muchas veces hostil a él: sequías,
pandemias, cataclismos, son resultado de ese desorden del mundo contra el hombre, por
romperse la alianza original entre la naturaleza y el hombre, a causa del pecado.
¿Y Dios dónde queda? Respeta la legítima autonomía, tanto de la libertad del hombre,
como de la lógica de la creación material, la cual es cruel, pues sigue las reglas de la evolución y
del azar. La fe nos dice, simplemente, que Dios puede obrar a otro nivel, y respetando la libertado
humana y la naturaleza hostil, puede reconducir las cosas hacia un bien superior, el bien de
dimensión espiritual, del cual no tenemos plena experiencia ahora. Sólo en la otra vida
entenderemos cómo Dios de los males que no quería, sacó bienes aún mayores; y tendremos la
certeza, la evidencia, de que el bien espiritual es más grande y bello que el material. Digamos que
nuestra hambre de sabiduría y justicia será saciada plenamente en la otra vida.
P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
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