P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
¿Es válido el matrimonio religioso cuando los contrayentes carecen de fe? ¿Tiene sentido hacer la ceremonia religiosa, cuando los novios, a pesar de estar bautizados, no creen ni practican? No es una pregunta fácil, de hecho, se trata de un cuestionamiento que repetidas veces se han formulado los sínodos de obispos y no solo ellos, sino que los mismos Papas, Benedicto XVI y Francisco, han hecho un llamado a profundizar en la cuestión. “Doctores tiene la Iglesia” dice el conocido refrán, pero cuando las mismas autoridades religiosas no se aclaran, ¿a quién preguntarle?
Recientemente, cuando la máxima autoridad de la Iglesia tiene alguna duda, suele preguntar a la Comisión Teológica Internacional (los “doctores” de la Iglesia), para plantear la cuestión del modo apropiado. Así ha sido en este caso, y fruto de ello han publicado el interesante documento “La reciprocidad entre fe y sacramentos en la economía sacramental”, que ha sido aprobado por el Papa Francisco en diciembre de 2019 y se ha publicado este año. Ahí se aborda la espinosa cuestión de qué pasa cuando se celebra el sacramento sin fe.
¿Cómo puede suceder esto? Se estudian expresamente dos supuestos: cuando dos personas bautizadas en la infancia, por las circunstancias que fueren, no han hecho después un acto de fe personal, que involucre el entendimiento y la voluntad, lo que no es infrecuente dada la masiva descristianización de la sociedad.
El otro supuesto, tampoco infrecuente, es el de las personas que conscientemente reniegan de la fe de modo explícito y no se consideran creyentes católicos, sin abrazar otra confesión cristiana. En ambos casos no se observa una disposición a creer, necesaria para realizar el sacramento. Si, a pesar de todo, realizan la ceremonia religiosa, ¿han recibido un sacramento?
Para los sacerdotes no resulta sorpresivo encontrarse con parejas que quieren tener una ceremonia religiosa con estas condiciones, ya sea por tradición, por costumbre, porque se ve bonito… Uno se da cuenta de que es parte del paquete de bodas, una parte fundamental de la escenografía. Es muy importante que la Iglesia sea bonita, tenga valor artístico, que haya un buen coro o un buen cuarteto de cuerdas, hermosos arreglos florales, y si el sacerdote es guapo, mucho mejor. Todo eso lo puede planear puntillosamente el wedding planner, de forma que todo esté a punto. ¿Puede planificar también la acción del Espíritu Santo, la gracia del sacramento?
Hay muchos flecos del problema, lo cual lo hace a su vez peliagudo e interesante, por lo que invito a la directa lectura del documento. Pero sí propone una novedad. Ante el dilema de realizar una boda con contrayentes no creyentes, San Juan Pablo II eludía la cuestión de si había o no sacramento, recomendando en cambio disuadir a los novios de realizarla. El presente documento va más allá de esa recomendación pastoral y sugiere que la falta de fe “permite sostener la existencia de serios reparos acerca de la existencia de un matrimonio sacramental”.
Por tanto “es conveniente negar el sacramento del matrimonio a aquellos que lo soliciten con esas condiciones, tal y como ya sostuviera San Juan Pablo II”
El documento rechaza dos posturas: el “automatismo sacramental absoluto”, por el cual, ipso facto, dos bautizados que se casan reciben el sacramento del matrimonio, y el “escepticismo sacramental elitista”, es decir, señalar que cualquier grado de ausencia de fe invalida el matrimonio. El segundo caso, además, sería pastoralmente desastroso, pues, ¿quién puede establecer el grado de la fe de las personas?, ¿quién puede estar seguro de tener suficiente fe?
El mínimo de fe imprescindible para que haya sacramento “reside en la intención de contraer un verdadero matrimonio natural”, es decir, único, indisoluble, abierto a la vida.
Agudamente observa el documento que, en ausencia de la fe, se cambia el horizonte antropológico de referencia. La comprensión culturalmente dominante acerca de lo que es el matrimonio es muy distinta de la propuesta por la antropología cristiana.
Dada la ausencia de la fe, no se puede presuponer que las personas tienen la intención de contraer matrimonio natural como lo entiende la Iglesia y por ello cabe dudar con fundamento de que se realice efectivamente el sacramento.
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