P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
En medio de la vorágine de la pandemia, hemos podido palpar una vez más, algo que parecía olvidado, incluso superado: que la humanidad forma una unidad, una gran familia, y que, por encima de los egoísmos e individualismos, aletea un espíritu de comunión.
La desgracia nos ha unido, reuniendo a quienes antaño eran antagonistas. El dolor ha tenido la virtualidad de suturar las fracturas de nuestra civilización doliente. Uno de los ámbitos donde gozosamente esto se ha hecho patente, es en el marco religioso, donde por una vez creyentes en Dios y ateos beligerantes vamos de la mano en busca de un fin común, ofreciendo la misma medicina para paliar el colosal problema que juntos enfrentamos, y que solamente unidos podremos superar.
No deja de sorprender, en este sentido que el Papa Francisco, portavoz de quienes creemos en Dios, y Yuval Noah Harari, adalid de quienes niegan su existencia, ofrezcan el mismo consejo, la misma receta, para hacer frente a la pandemia. Dejemos que sean ellos los que lo digan. Como “la edad va antes que la belleza”, escuchemos primero a Francisco, que nos habla del tema en las dos bendiciones “Urbi et Orbi”, la extraordinaria del 27 de marzo y la pascual del 12 de abril.
En la primera dice: “Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: «perecemos» también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.
En la segunda fue más enfático: “Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia... Que estos hermanos y hermanas más débiles, que habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se sientan solos.
Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas… Es muy urgente, sobre todo en las circunstancias actuales… que todos se reconozcan parte de una única familia y se sostengan mutuamente… Este no es tiempo de la división…Las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre!”
Por su parte, Yuval Noah Harari, quizá el intelectual ateo más relevante en la actualidad, una vez que Stephen Hawking ha muerto, afirma en una entrevista reciente: “El mayor peligro son las personas, no el virus. Si colaboramos a nivel nacional e internacional, saldremos adelante sin ninguna duda. Pero el problema de verdad es la falta de unidad global… Necesitamos colaboración e intercambio con otros países, pero lo que está ocurriendo en estos momentos es terrible.
En lugar de una producción conjunta de test, ropa de protección y respiradores y de un reparto coordinado entre todos los países, lo que estamos viendo es que los más ricos tratan de hacerse con todo. Cada uno va a lo suyo. Los estados tendrían que tenderse la mano en vez de dejar de lado a las víctimas. Deberían compartir información honesta y veraz y no pensar solo en su economía. Pero eso exigiría un elevado nivel de confianza internacional…
El remedio contra el coronavirus no es separarse, sino mantenerse unidos.”
El creyente y el ateo, el Papa y el intelectual, claman por la unidad. Uno en plan positivo, el otro en negativo, el primero pone el énfasis en lo que deberíamos hacer, el segundo en lo que no hemos hecho, pero el diagnóstico es el mismo: solo unidos saldremos adelante, solo unidos hay futuro, solo unidos superaremos la pandemia.
Y al hacerlo, ateos y creyentes dan un bello ejemplo de unidad, poniendo el acento más en lo que tenemos en común: nuestra común condición humana; que no en las creencias que nos dividen, pues mientras unos creemos en Dios, otros creen que no existe. Ambos insisten, también, en aprovechar la pandemia para reflexionar y corregir lo que no va bien en nuestra civilización, ¿no es curioso como la espiritualidad cristiana y la atea pueden ofrecer el mismo diagnóstico descubriendo la misma oportunidad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario