viernes, 20 de marzo de 2020

ENTREGAS HEROICAS ANTE LAS EPIDEMIAS

P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com

¿Cuál es la actitud de la Iglesia Católica frente al coronavirus? He sido espectador perplejo de diatribas inimaginables –por lo menos para mí- sobre cómo ha afrontado la situación: si debe o no cerrar los templos, si está bien o no dar la comunión en la mano, si el clero es cobarde y un largo etcétera. 


Algunos obispos han enviado cartas pastorales, justificando históricamente su decisión de dar la comunión en la mano, como defendiéndose de los ataques; otros han traído a colación santos que han repartido sacramentos en tiempos de peste, dándose así una entretenida batalla de sacristía que, para el observador ajeno a la fe, o para el católico enfriado, no deja de ser ridícula, y para muchos creyentes, triste y penosa.

No es mi intención dirimir si deben o no cerrarse los templos, darse o no la comunión en la mano, tampoco es mi función. Mi deseo es llamar la atención sobre el lamentable estado de división que sufre la Iglesia, así como el desastroso espectáculo que brindamos a las personas ajenas a la misma o que han visto enfriarse su fe, también por anti-ejemplos como el que estamos observando.

Me parece que la solución al problema es muy sencilla, y es por arriba. Lo que se debe hacer es obedecer. Lo que no se debe hacer es dividir o criticar. Obedecer es bueno, dividir y criticar malo. Para quienes tenemos fe, la jerarquía, es decir, la autoridad sagrada de la Iglesia, tiene “gracia de estado” para dirimir este tipo de problemáticas. 

La que goza de la asistencia del Espíritu Santo es la jerarquía, no nosotros. La jerarquía, a pesar del auxilio del Espíritu Santo y las gracias de estado puede equivocarse, sí; pero los fieles obedeciendo no nos equivocamos y hacemos algo más meritorio si va en contra de nuestra percepción particular.

No se trata de no pensar, de no tener opinión propia. Se trata de no criticar y apoyar a la autoridad sagrada. Rezar por ellos, porque sí se pueden equivocar, si no son dóciles a las inspiraciones divinas. También hacer un esfuerzo por comprenderlos: ¿tienen acaso una bola de cristal para acertar con la solución adecuada?, ¿se les aparece un ángel o les habla un Cristo como a Don Camilo? No. ¿Cómo deciden entonces? Pues con los elementos que tienen para tomar la decisión, es decir, la información que circula, las medidas sanitarias que toma la autoridad civil y, en este tema, poco más. No son especialistas en medicina ni en epidemiología, pero tienen la responsabilidad pastoral del pueblo fiel.

Deben elegir en consecuencia. ¡Pero hay santos que llevaban la comunión en tiempos de peste! ¡San Damián de Molokai se fue a vivir a una isla habitada por leprosos y murió a su vez de lepra! Sí, pero son comportamientos heroicos que no se pueden pedir al común de los fieles, ni al común de los clérigos. Además, la situación es diferente: ¿y si por llevarle la comunión a una anciana, la contagio de coronavirus y la mando a la tumba? ¡Qué poca fe Padre!, ¡cómo es posible que piense eso!, ¡como si llevar la eucaristía fuera llevar la muerte! Bueno, es posible, no es una imposibilidad metafísica, y no es falta de fe, es no confundir el orden sobrenatural con el natural.

Puede haber un caso en que un sacerdote infectado no transmita la enfermedad, pero sería por milagro. Al redactar estas líneas tengo noticias de 26 sacerdotes muertos por coronavirus en Italia, el orden sacerdotal no los volvió inmunes. 

Se trata de no confundir órdenes, de no tentar a Dios, queriéndole obligar a hacer milagros; se trata de reconocer la legitima autonomía de las realidades naturales.

¿Si por llevarle la comunión mato a la viejita? ¿Si muero yo de contagio? Pasando el mes de cuarentena puedo haber exterminado media parroquia –conozco iglesias donde la media de asistencia a misa es 75 años de edad- y acabar con la mitad de los sacerdotes –la media de edad del clero es alta-, ¿no habría sido mejor esperar en casa? ¿No habría sido mejor cultivar la interioridad, la oración personal? Hace unos días el Espíritu Santo me habló por boca de un
muchacho: “es la hora de la comunión espiritual” me dijo, y creo que tiene razón. 

De hecho, lo que estoy presenciando es un renacer de la religiosidad, de la fe y de la oración, propio de un tiempo de crisis. ¡Aprovechémoslo!, ¡descubramos nuevas formas atractivas de evangelizar en vez de descalificarnos mutuamente! Dividir y criticar nunca ha sido el camino querido por Dios; la obediencia en cambio sí. Démosle el beneficio de la duda a nuestros pastores, para eso están.

Además, en cada diócesis dan directrices diversas, porque no es un asunto de fe, sino un modo prudencial y responsable de enfrentar un problema real con los datos que tenemos.

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