Pbro. José Martínez Colín,
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1) Para saber
Hay un diálogo en la obra Hamlet, en que Shakespeare muestra el gran corazón de Hamlet. En la escena se disponen a recibir a unos huéspedes. El consejero del rey, Polonio, le dice a Hamlet: “Señor, les trataremos como se merecen”. Pero Hamlet responde: “Mucho mejor, hombre, mucho mejor. Si a todos nos trataran como
merecemos, ¿quién escaparía del látigo? Tratadles como piden vuestro honor y vuestra jerarquía, que cuanto menos merezcan ellos, más mérito tendrá vuestra liberalidad”.
Hace unos días el Santo Padre propuso tener un corazón grande, a sentir con el corazón de la Iglesia, que tiene un corazón universal.
Para ello se requiere pasar de una perspectiva local a una universal.
La Iglesia no se identifica con un movimiento eclesial, ni incluso con la diócesis de origen, pues la Iglesia es católica y tiene un espíritu grande, es magnánima. “Sentir con el corazón de la Iglesia” significa, por tanto, sentir de manera católica, mirando al todo de la Iglesia y del mundo y no sólo a una parte.
2) Para pensar
Los puentes de San Francisco se han vuelto íconos de la ciudad. Tanto el llamado “Golden Gate”, como el “Puente de la Bahía”, se construyeron en los años treinta del siglo XX. Eran puentes muy anchos para aquellos tiempos: de seis y siete carriles respectivamente. Miden más de dos kilómetros de longitud. No solo transitan automóviles, sino se utilizan también para el cruce de tendidos eléctricos y conducciones de combustible. Además de contar con carriles accesibles para peatones y bicicletas. El Golden Gate constituyó la mayor obra de ingeniería de su época.
No faltaron personas a las que se les hacían demasiado grandes.
Ahora se demuestra lo útiles que son y se agradece a los constructores que tuvieran esa visión grande. En la vida espiritual también se ha de ser magnánimo y tener un corazón grande en que quepan todos.
3) Para vivir
Hablando sobre la identidad y misión de los fieles laicos, el Papa Francisco previno sobre el peligro de clericalizar a los laicos. Contaba que siendo obispo en Argentina, a veces llegaba un párroco y le decía: “Tengo un laico maravilloso. Sabe cómo hacer todo, ¿lo hacemos diácono?” Pero no, hay que respetar su condición laical. No se trata de crear programas eclesiales para poner ahí a los laicos, sino de aumentar en ellos la conciencia de ser testigos de Cristo en la vida privada y en la sociedad. Han de estar preparados para acompañar espiritualmente a otros laicos y enseñarles a tener una vida de conversación familiar con Dios. Saber poner sus talentos al servicio de la sociedad, de la cultura, de la política, afrontando valientemente, sin miedo y sin complejos, los retos del mundo contemporáneo.
El Papa propuso la imagen de la Iglesia como una madre que ama a cada uno de sus hijos, sin excluir a ninguno y desea la armonía entre ellos, sin hacer favoritismos ni preferencias, buscando la armonía entre todos. Cada uno en su lugar.
La imagen de la Iglesia como Madre, dice el Papa, nos hace mirar a María, que se desempeñó en medio del mundo, como una mujer laica que supo santificarse en su sitio. Que miremos a la Virgen para aprender a tener un corazón grande como el suyo.
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