miércoles, 30 de octubre de 2019

¡VOLVER A LOS ORÍGENES! (II)

Mtro. Rubén Elizondo Sánchez,
Departamento de Humanidades de la
Universidad Panamericana. Campus México.
rubeliz@up.edu.mx

Los verdaderos problemas que se presentan al ser humano son, a fin de cuentas, problemas de índole espiritual, problemas morales y teológicos.




Por eso, resolver los desafíos que nos presenta el tercer milenio requiere estar a la altura de las circunstancias, y al nivel de las soluciones específicas en que se involucra la persona humana en su totalidad.

Y es que es necesario recuperar las raíces grecolatinas y cristianas de nuestra cultura: rehabilitar las aportaciones de la sabiduría clásica griega especialmente la Filosofía, restablecer el Estado de Derecho y volver a las enseñanzas de la Ley Natural para estar al tanto de los aspectos fundamentales de sus contribuciones hoy en día; recobrar y reconocer la magnífica síntesis entre razón y fe que realizaron los intelectuales del primer milenio; redescubrir el crecimiento de las semillas que sembró Carlomagno y que, siglos después, dieron origen a las universidades, así como las aportaciones valiosísimas a lo largo de la Edad Media y en los siglos venideros hasta nuestros días.

Guardamos muchos deseos que bosquejan problemas estructurales universales, imponentes y persistentes. Razón y fe son el motor de la historia. Cada conflicto muestra un espacio de solución específico, que podemos llamarlo “espacio de creatividad”. En este sentido, cito a S. Juan Pablo II: Muy a grandes rasgos se puede afirmar que a lo largo de la encíclica Fides et ratio, S. Juan Pablo II distingue dos interlocutores fundamentales en la persona: “la filosofía implícita o natural, no puesta en forma, pues sin saberlo somos filósofos en ejercicio ya que “...todo hombre es naturalmente filósofo”; y la filosofía explícita o académica, ejercida en el ámbito profesional, que inicia a partir de un tiempo concreto con los griegos e independiente de la revelación judía.

Respecto a los dos interlocutores me sitúo --en el presente escrito-- en el ámbito de la filosofía implícita, la normalmente ejercida por todo ser humano cuando meditamos si existen soluciones a las preguntas eternas; esto es, por ejemplo, si se encuentran respuestas al sentido de la vida y la muerte, al significado del sufrimiento, la felicidad, el bien o la verdad, y tantas cuestiones más. 

Aunque podría parecer superfluo, considero necesario aclarar que no me ocupo ahora de la filosofía explícita. Es por eso que las reflexiones que manifiesto pertenecen más bien al ámbito natural y ordinario y no a la esfera especializada.

Desde el ámbito que me corresponde entiendo la filosofía como las respuestas a la vida misma; como la filosofía cultivada por todo ser humano informado y formado en la herencia y perpetuación de la verdadera tradición de la cultura occidental, tanto como en los avatares de la vida. 

Una vez asentada esta pequeña distinción, me gustaría señalar que encuentro en ambos interlocutores alusiones claras en la siguiente afirmación de la encíclica Fe y Razón: “la audacia de la razón es la pasión por la verdad”.

¿Por qué S. Juan Pablo II utiliza los términos audacia y pasión? Si la audacia ya es una pasión, más bien parece referirse a un doble núcleo de significado.

En primer lugar, la situación cultural que vivimos en Occidente en los albores del siglo XXI no parece ser exclusivamente tiempo de esperanza, aunque se puede suponer que en parte lo sea. Mientras que la esperanza se refiere a un bien difícil de conseguir bajo la razón de alcanzable, la audacia se refiere a un mal difícil de evitar bajo la razón de evitable.

En segundo lugar, considero que nos encontramos de lleno en un eje cultural histórico de profundas repercusiones universales. “La razón y la fe son las dos alas de la verdad”. La distinción entre fe y razón requiere de audacia para evitar un mayor distanciamiento, y de esperanza para disminuir y anular la separación y volver a unir lo que nunca debió separase. (Continúa...)

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