martes, 10 de septiembre de 2019

DÍA MUNDIAL DE LA SALUD SEXUAL

P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com

En la actualidad tenemos días para celebrar casi todo, no podría faltar el Día Mundial de la Salud Sexual, que desde 2010 se conmemora cada 4 de septiembre. Quizá sea particularmente importante recordarlo ahora, pues van en aumento las ETS, y eso a pesar de toda la información que circula masivamente sobre el sexo. 


Si a ello añadimos la triunfalista definición de salud propuesta por la OMS: “estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, vemos que la salud en general y la salud sexual en particular, se configuran como un ideal jamás alcanzado, pero que en el camino generan una cultura de mejora continua.

Ahora bien, dicha definición aplicada a la “salud sexual”, implica “la posibilidad de tener relaciones sexuales placenteras y seguras, libres de coerción, discriminación o violencia”. Es preciso recorrer todavía mucho camino en ese sentido, no sólo por la frecuente presencia de coacción y violencia sexual, también porque actualmente existen otras formas de presión social que constriñen la libertad y la autodeterminación de las personas. 

No hace mucho un estudiante universitario afirmaba que se sentía discriminado por vivir la castidad, pues sus compañeros buscaban avergonzarle por no haber tenido aún relaciones sexuales. Con frecuencia se escuchan problemas en parejas de jóvenes, en las cuales uno de ellos no quiere tener sexo, lo que suele ser motivo de discusiones. Y eso, sobra decirlo, cuando sin lugar a dudas es la conducta más segura para evitar ETS.

Ahora bien, en medio de todo ese aluvión de información sobre el sexo, se nota una dramática ausencia, una carencia fundamental: no se explica cuál es el sentido del sexo o, a lo sumo, se parte del hecho de que el hombre debe buscar siempre el máximo placer y el mínimo dolor. 

Está proscrito, además, hablar de la finalidad procreativa del sexo: se ha consumado el divorcio entre el fin unitivo y el fin procreativo del acto conyugal, siendo la satisfacción sexual la máxima aspiración de las personas, mientras que la fecundidad lo más temido; de ahí la presión por legalizar el aborto, como forma extrema de impedirla.

No se ha enseñado el sentido del sexo y se ha viciado la explicación de su ejercicio. De ser la actividad que expresa corporalmente la entrega total, la donación de sí mismo, se convierte en un ejercicio que busca, casi exclusivamente, la satisfacción personal. En lugar de abrirnos al otro, con frecuencia nos encierra en nosotros mismos, en la cárcel de nuestros deseos más vehementes.

A lo más, se promueve el diálogo como medio para alcanzar un consenso sobre aquello que se desea experimentar. El único límite es el consentimiento informado, la no violencia.

La educación sexual y en consecuencia la salud, parecen encontrarse con un punto ciego, un laberinto sin salida. La cultura contemporánea no se siente capaz de señalar un sentido o una finalidad objetiva para el sexo: será lo que cada quien quiera, algo absolutamente subjetivo, no puede haber un sentido vinculante en su ejercicio. 

La sociedad únicamente puede ofrecer herramientas técnicas para facilitarlo y, eventualmente, impedir una enfermedad o la procreación.

Dicha actitud, sin embargo, implícitamente transmite un sentido: el sexo carece de finalidad, de sentido, es un asunto técnico, no moral. Ello ha conducido a su banalización y a su ejercicio precoz e indiscriminado. Las “herramientas” educativas en realidad han generado una mayor incidencia de ETS y un vacío humano dentro de una de las actividades más íntimas y profundas de la persona.

No podía ser de otra forma, dado el temor que toda una civilización tiene para hablar sobre una verdad objetiva. Pero ese silencio es ya un mensaje. El sentido objetivo del sexo está estrechamente vinculado a nuestra comprensión del cuerpo humano y a nuestra forma de entender lo que significa ser persona. 

La ausencia de sentido acerca de la sexualidad tiene entonces una antropología implícita: callar supone afirmar que el cuerpo es algo que usamos, no tiene una finalidad objetiva, será lo que nosotros queramos que sea y, análogamente, no sabemos lo que significa ser persona, o será lo que nosotros queramos. Confundimos así -trágico error- la realidad con nuestros deseos o gustos, y ello a nivel educativo. 

Como la realidad, aunque se oculte, tarde o temprano sale a la luz, pagamos la factura a través de las ETS. El Día Mundial de la Salud Sexual indirectamente fomenta así la enfermedad, al no decir nada sobre el sentido del sexo.

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