Raúl Espinoza Aguilera,
@Eiar51
Sin duda, resulta desconcertante que desde el mes de octubre aparezcan a la venta en los comercios diversos artículos alusivos al tiempo de Navidad, como lo son: árboles o pinos artificiales, extensiones con focos de colores, esferas, renos decorativos; muñecos de plástico blanco (que imitan la nieve); campanitas doradas con moños rojos y ramas de pino; numerosos alimentos y dulces propios de esta época decembrina y, por supuesto, la popular figura del Santa Claus…
Además, innumerables anuncios animando a comprar, consumir, beber, deleitar el paladar y los demás sentidos. Se estrenan películas; se iluminan las avenidas y algunas casas con focos o se decoran con motivos navideños. Y algunas personas ya no dicen “Feliz Navidad” sino escuetamente “Felices Fiestas”.
Y la pregunta que flota en el aire es, ¿qué celebramos en la Navidad? ¿Una especie de fiesta pagana al concluir un año? ¿Un sentimiento de una vaga fraternidad? ¿Un mero intercambio de regalos para externar buenos deseos a las otras personas?
Me parece toda esa algarabía y espíritu festivo en torno a la Navidad está bien -a todos nos gustan las fiestas- pero no hay que olvidar que la razón poderosa y profunda de esa alegría es que ésta: Jesucristo, el Hijo de Dios, quiso encarnarse, hacerse hombre, para iniciar la obra de la Salvación del género humano.
Éste es el hecho fundamental y más trascendental que celebramos. Fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo en las purísimas entrañas de la Virgen María. Su nacimiento fue revestido de particular naturalidad y sencillez.
¿Qué lecciones nos brinda el Niño Dios desde el portal de Belén?
En primer lugar, de humildad, porque siendo un Dios Infinito y Todopoderoso se quiso abajar tanto que vino a este mundo como bebé, se hizo muy pequeño.
Lección de pobreza, porque el sitio donde nació fue en un establo ya que no había ningún alojamiento (posada u hostal) para el Creador de todo el universo.
Nos manifestó un Santo Abandono quedándose plenamente indefenso, entregado a los cuidados de Santa María y San José.
En suma, celebramos en la Natividad al “Emmanuel”, al “Dios-con-nosotros”. Ésa es la causa de nuestro gran regocijo y esperanza que nos mueve en estos días a medida que se acerca el 25 de diciembre y que, entre otras muchas manifestaciones, se manifiesta en obsequiarnos regalos.
Sin olvidar que el mayor regalo que podemos hacerle al Niño Dios es el de nuestra conversión, de buscarle de nuevo, de regresar al buen sendero porque Él es “El Camino, la Verdad y la Vida”. “No me aparto de la verdad más rigurosa, si os digo que Jesús sigue buscando ahora posada en nuestro corazón” (San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, No. 19). ¡Jesús nos espera con intenso amor desde hace XXI siglos!
Que procuremos darle un sentido trascendente a la Navidad, de tal manera que podamos gozar, por ejemplo, de algo tan tradicional como son las Posadas, de colocar el Nacimiento en el hogar o de algo tan sencillo como cantar villancicos, de esos cánticos que salen del fondo del corazón y alegran e iluminan nuestras vidas y la de nuestros seres queridos.
A cada uno de los lectores les deseo que pasen, en compañía de sus familias, una muy Feliz Navidad y un Año Nuevo colmado de bendiciones del Señor.
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