Mtro. Rubén Elizondo,
Departamento de Humanidades de la
Universidad Panamericana, Campus México.
rubeliz@up.edu.mx
Todos los seres humanos somos deudores de nuestros antepasados. Sobre todo, de nuestros prójimos más próximos. Precisamente porque somos seres relacionales, somos inviables sin los demás.
No podemos andar el camino de la vida evitando la presencia solidaria de otro y tampoco si dejamos al margen las comunidades abarcables, aquellas que dan sentido a la vida; colectividades significativas encauzadas a la realización del proceso integrador, y que nos constituyen como realizadores del presente y constructores del futuro.
Los “significant others”, es decir, las personas que integran las comunidades abarcables configuran la cosmovisión amplia del presente que reúne elementos estables del pasado y proyecta, en cierto sentido, las metas, las incertidumbres e inseguridades del futuro.
Con la sincera aceptación de su donación, desterramos el baldío cultural, la ignorancia y las tinieblas intelectuales anejas a todo proceso ilustrativo integrador.
El desarrollo y la culminación de toda evolución civilizadora requiere, por decirlo así, conocer nuestros orígenes, su perfeccionamiento, así como su máximo apogeo y los resultados en constante interacción con las diversas costumbres encajadas en la vida diaria.
Hace más de nueve milenios AC, y probablemente millones de años atrás, fue necesario alzar el vuelo a partir de umbrales estables, inamovibles.
Cimientos antiguos que fincaron el arranque de la cultura occidental. Principios básicos ineludibles emanados de la razón humana y de la fe religiosa.
La armonía de tales elementos, razón y fe, posibilitaron los avances inauditos del ingenio humano que construyeron la civilización occidental que ahora disfrutamos en el siglo XXI.
Paradójicamente, el abandono cuando no ruptura de tales soportes antiquísimos, se revela como el principal germen infeccioso que amenaza con la destrucción total de esta elocuente prosperidad.
La pertenencia a una patria espiritual común, la similitud de visión de la realidad antropológica anudada en idénticos valores morales y en similares formas de organización social y política, comprometen hoy en día, la asimilación de nuestros orígenes y fundamentos que confirieron la grandeza y esplendor de nuestra cultura.
Por eso, es necesario recuperar esos manantiales y readmitirlos en la sociedad actual. Pero principalmente incorporarlos a la vida diaria, personal.
Con la finalidad de incorporarlos; se precisa intimarlos, conocerlos, razonarlos. Ya que, en buena medida, en ellos se encuentra la solución de los graves problemas de nuestro tiempo.
Diversas lenguas, costumbres y razas reflejan el brillante crisol unitario en que se forjó toda una civilización. ¿Y vamos a dejar que la herencia se disipe y se despilfarre?
Distinguir entre lo que cambia y lo que no cambia es el mejor cimiento fundacional para ser maduro intelectualmente.
Las comunidades abarcables como la familia, el colegio, los mass media, la universidad, la empresa o el estado, por mencionar algunas, facturan el rescate desde su propia destreza.
¡A buen entendedor, pocas palabras!
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