P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
Quizá a todos los que seguimos de cerca las enseñanzas de Francisco nos sorprendió su reciente súplica de oración. El Papa pide que, durante el mes de octubre, al finalizar el rezo del santo Rosario, se agregue una de las más antiguas oraciones marianas: “Bajo tu amparo nos acogemos…” y la oración de San Miguel Arcángel, pidiendo que “proteja a la Iglesia del diablo, que siempre pretende separarnos de Dios y entre nosotros.”
Esta última oración es más reciente, fue escrita por el Papa Leon XIII a finales del siglo XIX, en circunstancias análogas, sólo que él mandó que la dijera el sacerdote al finalizar la celebración de la Santa Misa, cosa que se hizo en la Iglesia universal hasta la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.
Vale la pena celebrar la iniciativa de Francisco, que tiende necesariamente a fomentar la fe y la piedad del pueblo de Dios, así como su sentido sobrenatural. ¿Qué quiere decir esto último? La conciencia de que la realidad no se agota o no se reduce a todo lo que vemos, palpamos y medimos; la certeza de que, paralela a nuestra historia física corre, entreverada con ella y en ocasiones indistinguible, una historia de salvación, en la cual intervienen actores que usualmente no vemos.
En este caso, el demonio, la Virgen y San Miguel, pero que son reales y actúan eficazmente en un plano diferente, sin modificar la causalidad física ni nuestra libertad.
Este llamado es importante, en un momento en que prominentes eclesiásticos han puesto en duda la existencia del diablo, considerándolo simplemente como un símbolo del mal y reinterpretando cuestionablemente las Escrituras, que con claridad afirman: “no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los Principados, las Potestades, las Dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires” (San Pablo, Efesios 6, 12).
El Papa, por el contrario, lo considera un ser real, un actor personal que se opone a Dios y a su Iglesia, y que se vence con la oración.
¿Qué es lo propio del demonio?
Dividir; ¿qué es lo propio de Dios? Unir. La gracia une; para evitar la división necesitamos la oración, y vivir la unión con esa parte de la Iglesia que ya goza de Dios en el Cielo e intercede por nosotros ante Dios, en este caso, la Virgen Santísima y el Arcángel san Miguel.
De hecho, esa batalla entre el bien y el mal, está expresada con fuerte simbolismo en el Apocalipsis, último libro de la Biblia, donde leemos: “Se entabló un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. También lucharon el dragón y sus ángeles…
Fue arrojado aquel gran dragón, la serpiente antigua, llamado Diablo y Satanás, que seduce a todo el universo. Fue arrojado a la tierra y también fueron arrojados sus ángeles con él” (Apocalipsis 12, 7-10).
Es curioso cómo se invoca a san Miguel. Leon XIII lo pidió expresamente al final de la Misa, y elaboró la oración; Francisco retoma la oración y la une al rezo del santo Rosario.
La santa Misa y el santo Rosario como las dos formas más fuertes de oración, en las que se pide por la Iglesia, y ahora en particular para que Dios la defienda del demonio y preserve su unidad.
La historia de la oración de San Miguel tiene también una estrecha relación con la Iglesia. Cuenta la tradición que Leon XIII acababa de celebrar la santa Misa y estaba asistiendo a otra en acción de gracias por la que había celebrado. En eso estaba cuando entró en éxtasis, se le demudó el rostro y escuchó un diálogo entre satanás y Jesús, donde el primero le decía al segundo que destruiría su Iglesia, y le pedía 100 años y más poder para conseguirlo.
Jesús dijo que no podría, pero le dio lo que pedía. Terminada la visión, el Papa fue con su secretario, redactó la oración de San Miguel y mandó que se dijera en todo el mundo al concluir la Misa.
La diferencia es que ahora es solo una invitación y únicamente, por lo pronto, durante el mes de octubre, mes del rosario.
El Papa tiene muy claro que la fuerza de la Iglesia es la oración, tiene mucha confianza en la intercesión de la Virgen María y ahora de San Miguel Arcángel.
Copio una traducción, quizá un tanto antigua, para que la pueda rezar quien desee seguir la recomendación de Francisco: “San Miguel Arcángel, defiéndenos de la batalla, se nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno con el divino poder a satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas.”
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