La finalidad es realizar una reforma de los estudios eclesiásticos (aquellos que realizan sacerdotes, religiosas, laicos que deseen comprender con profundidad universitaria su fe) acorde con la “Iglesia en salida”, es decir, en la línea de la transformación misionera de la Iglesia propuesta por el Papa.
En su planteamiento busca aunar profundidad teológica con sincera piedad, a la vez que se empeña en buscar caminos para hacer relevante el mensaje cristiano a la cultura contemporánea, sirviéndose de los puntos en común con otros saberes y una decidida actitud de diálogo.
Ya en su primer punto señala: “La filosofía y la teología permiten adquirir las convicciones que estructuran y fortalecen la inteligencia e iluminan la voluntad... pero todo esto es fecundo sólo si se hace con la mente abierta y de rodillas”.
El número 4 del documento enumera los cuatro criterios para la renovación de los estudios eclesiásticos orientados a conseguir una Iglesia en salida, una Iglesia misionera: el primero y central es el que define la identidad cristiana de estos centros educativos, una apuesta espiritual que mira decidida y confiadamente a Cristo, descubriendo en Él la verdad.
El segundo es fomentar el diálogo a todos los niveles, buscando generar sinergia con las diversas formas culturales.
En tercer lugar una acentuada interdisciplinariedad, que llega a ser, en palabras del documento “transdisciplinariedad”.
Por último, la necesidad de crear redes entre las diversas instituciones eclesiásticas universitarias.
La interdisciplinariedad como principio rector de los estudios eclesiásticos a nivel mundial resulta muy oportuna, pues supone un esfuerzo decidido por tender puentes entre filosofía, teología y el resto de saberes humanos.
Las disciplinas científicas, humanísticas, las más variadas expresiones culturales dialogan con la fe. De hecho, quitando el primer principio que marca la identidad cristiana de estos institutos, es decir, mira hacia adentro, los otros tres: diálogo,
interdisciplinariedad y redes de investigación entre universidades, muestran una valiente actitud de apertura hacia el mundo y sus desafíos.
Los tres se requieren para que los estudios eclesiásticos puedan mantener un diálogo relevante con la cultura contemporánea, haciendo ver que también tienen algo que aportar la persona de hoy.
La interdisciplinariedad responde a una idea muy arraigada en Francisco: El carácter poliédrico de la verdad, es decir, existen muchas formas de aproximarse a ella y estas son complementarias.
No es sano enfocar la realidad desde una sola perspectiva, pues ello empobrece el conocimiento humano. La fe también puede y debe enriquecerse con las aportaciones de diversas áreas de conocimiento o diferentes culturas; también enfrenta el reto de resolver los eventuales cuestionamientos que dichos saberes y realidades puedan plantearle.
Al hablar de la interdisciplinariedad Francisco llama en causa a dos eminentes pensadores cristianos: el beato J. H. Newman y el beato Antonio Rosmini. Ambos mostraron la necesidad de integrar el conocimiento cristiano dentro del conjunto de saberes de su tiempo, para tener una visión armónica y unitaria de la realidad. La aspiración a la unidad del conocimiento humano, que recomponga su fragmentación dotándolo nuevamente de sentido, es una tarea apasionante, un desafío apropiado para una teología dialogante y abierta.
Cultivar esta forma de saber, esta auténtica sabiduría, permite superar “el panorama actual, fragmentado y no pocas veces desintegrado, de los estudios universitarios y con el pluralismo ambiguo, conflictivo o relativista de las convicciones y de las opciones culturales”.
Es decir, es una necesidad acuciante para los estudios universitarios recuperar la perspectiva unitaria del conocimiento, auténtica sabiduría que muestra el sentido y la finalidad de todo saber, impidiendo así que conduzca a la destrucción del hombre, de la naturaleza o a la fragmentación de la sociedad y el aislamiento humano.
P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
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