jueves, 23 de abril de 2020

REFLEXIONAS MÍNIMAS EN TORNO A LA PANDEMIA (PARTE VI)


Mtro. Rubén Elizondo Sánchez,
Departamento de Humanidades de la
Universidad Panamericana. Campus México.
rubeliz@up.edu.mx

Es momento de analizar el poder de la imaginación humana, capaz de ponernos de cabeza al grado de enloquecer los pensamientos y autoprovocarnos las peores y más desastrosas imágenes del panorama futuro que nos espera.


Si bien es cierto que se cierne sobre todos la tragdia económica no podemos olvidar que vivir es sufrir, vivir es resistir y tragar saliva, aguantar mecha, como se dice. Pero no solo eso. Vivir supone sobrevivir y encontrarle sentido al sufrimiento.

Y esto es así porque aún más importante que la imaginación –la loca de la casa— es el pensamiento o valoración que concedemos a los eventos que ocurren en nuestro alrededor y sobre los cuales poco o nada podemos hacer porque no somos especialistas.

Ciertamente perderemos acceso a colosales cantidades de bienes materiales que no son necesarios para vivir, pero ganaremos cuantiosos valores morales.

Cuando el dinero se reparte se agota, cuando los pensamientos positivos se comparten nos enriquecen. En este sentido es mejor valorar en su justa dimensión cuáles serán las verdaderas pérdidas y las mejores ganancias. 

En mi opinión, nos daremos cuenta de cuántas cosas no necesitamos.

Nos encaminamos a un mundo mejor porque los avances logrados en todos los ámbitos de la civilización humana así como la experiencia de pandemias anteriores nos muestran que los obstáculos y pérdidas son siempre relativas, temporales y nunca son absolutas.

La libertad más íntima del ser humano, la libertad que nadie nos puede arrancar es justamente la capacidad de valorar y decidir cómo nos vamos a comportar ante la concurrencia de múltiples circunstancias.

Por eso Nietzsche escribió: "Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo". La senda que se nos presenta a la consideración personal deberá incluir la solidaridad con los demás y especialmente con los más necesitados porque no nos salvamos solos. 

Ahora que inicia la fase tres de la contingencia es imprescindible obedecer a la autoridad sanitaria. No es momento de reclamar espacios de libertad sino de decidir libremente secundar las indicaciones en favor de toda la sociedad.

Aún así, me parece incompleto apostar solamente a la horizontalidad porque existe otra vertiente más poderosa y más fina para conjugar la ayuda a los semejantes: es la cumbre de la verticalidad, el amor a Dios que se muestra justamente en el amor a los demás. 

En la fase tres, la alteridad supone autolimitación y generosidad económica junto a la conciencia de que lo que nos sobra, los bienes que tenemos de más, causan hipoteca social.

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