sábado, 1 de septiembre de 2018

¿Y QUÉ PASARÍA SI ME MURIERA?

Alejandro Cortés González-Báez,
www.padrealejandro.com

No pretendo hacer ciencia-ficción, sólo adelantarme a los hechos en lo que se refiere a abandonar este valle de lágrimas, y como desconozco para cuándo me sacaron el boleto, escribo ahora. 


Siendo sacerdote y habiendo gozado de los favores de Dios hasta el presente, no tendré que preocuparme por mi viuda y huérfanos ya que no existen, y por lo mismo, les ahorraré la pena de tener que llorarme. Ya saben ustedes que siempre en esos casos la gente se pone sentimental y le lloran hasta al Conde Drácula.

Si por mí fuera, preferiría un ataúd de madera en vez de uno de metal, pero como yo no lo voy a pagar, me tendré que aguantar con lo que me consigan. Los de madera me gustan más por la vista, y además porque también ella estuvo viva en su momento, por eso supongo que nos llevaríamos mejor. 

En lo referente a las flores, me bastaría con dos docenas. Sobre el tema del tiempo que hayan de velarme les pediría que cuanto más pronto me entierren, mejor. En cuanto al número de personas que asistan será lo de menos, con tal que recen. 

Quizás alguien piense que tengo deseos de morir pronto, a lo cual puedo asegurar que no, pero reconozco que me ha tocado en suerte vivir muchos más años que millones de personas, y esto no es por mérito propio. No tengo derecho a vivir, pues la vida es un regalo de Dios, a quien le agradezco infinitamente que me la haya dado, y sobre todo por haberme permitido conocerlo. En cuanto a todos los demás obsequios estoy convencido de que no tengo forma de pagárselos. 

Solamente me preocupa algo: En qué condiciones llegaré ante su Presencia. Si bien es cierto que no soy el peor pecador, reconozco que no estoy libre de culpa, y dejando por el momento los pecados que he cometido desde que tengo conciencia moral, en este momento me preocupan los de omisión. Todo lo que Dios, y los demás, esperaban de mí y no lo he hecho. 

Tendré que salvarme en este mundo maravilloso, que Dios ha puesto en nuestras manos para que lo administremos, y hemos de procurar dejarlo en las mejores condiciones posibles.

Me gustaría morir sereno y asistido por los auxilios espirituales, es decir reconfortado por la gracia de los Sacramentos que mi Madre la Iglesia Católica me ofrece. Me gustaría morir habiendo hecho bien mi labor —soy un poco convenenciero— y las buenas obras son puntos a mi favor que espero Dios me los tome en cuenta. 

Me gustaría morir superando el miedo a lo desconocido. Me gustaría morir contemplando la mirada de Santa María, a la que durante años le he pedido que ruegue por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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