viernes, 14 de febrero de 2020

JOAQUÍN PHOENIX Y EL PAPA FRANCISCO

P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com

¿Qué une a Joaquin Phoenix y al Papa Francisco? Su preocupación por la naturaleza, los ecosistemas, los animales, la denuncia de un estilo de vivir consumista, el deseo de “usar su voz para dársela a aquellos que no la tienen”, su denuncia de la desigualdad, los derechos de los indígenas o la prepotencia del hombre en general. Como se ve, no es poco. ¿Qué los distingue? Si de fondo las coincidencias son amplias, las diferencias de matiz son profundas. Hay una común visión de responsabilidad, respeto y cuidado de la naturaleza; hay una divergencia respecto al valor del ser humano y su lugar en el mundo.


Francisco ha hecho del clamor por la naturaleza uno de sus caballos de batalla. Ha alzado la voz recientemente, con ocasión de los incendios en el Amazonas o en Australia, pidiendo oraciones para contenerlos. Ha escrito una Encíclica, Laudato sii, y una Exhortación Apostólica, Querida Amazonía, haciendo de la defensa y cuidado de la naturaleza parte del Magisterio eclesial; convirtiendo su cuidado en un asunto religioso, algo importante para la auténtica y plena vivencia de la fe. Pero si Francisco revalora el cuidado “de la casa común”, integra este bien dentro de un conjunto más amplio de bienes; es decir, no lo absolutiza, convirtiéndolo, más o menos consciente o inconfesadamente, en algo cuasi-divino. No diviniza ni absolutiza la naturaleza, no supedita el bien del hombre al del ecosistema, sino que busca la integración de ambos.

Al mismo tiempo, es perspicaz en su denuncia del uso ideológico de la naturaleza, o de la incongruencia que supone una defensa de la misma a ultranza, a despecho del mismo hombre, que también es parte de ella. Lo ha dicho expresamente, por ejemplo, al señalar la inconsistencia de defender los huevos de águila o de tortuga mientras se promueve la legitimidad de acabar con la vida de embriones humanos. 

Nada más comenzar Querida Amazonía, su más reciente documento al respecto, señala: “un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres. No nos sirve un conservacionismo que se preocupa del bioma pero ignora a los pueblos amazónicos”.

En este sentido Francisco está en la línea tradicional del magisterio eclesial: buscar un delicado equilibrio que integre los diferentes bienes, no optar por el “aut-aut” (esto o esto), sino por el “et-et” (esto y esto). Mientras defiende, en este caso, a la naturaleza y promueve un estilo de vida sobrio en la sociedad, que frene de alguna forma la vorágine consumista que no puede sino terminar por consumir al planeta, exhausto ante tanta explotación, cuida también del hombre, como parte de esa naturaleza, pero que la trasciende y tiene la misión de protegerla. 

No relega, ni desprecia al hombre, no cae en la tentación de infravalorar lo humano y denigrarlo, para exaltar por contrapartida al animal. No cede al menosprecio de la especie, ni a patológicos sentimientos de culpa, que terminan por buscar la reducción drástica de la humanidad, cuando no su desaparición, para proteger al ecosistema. No es broma, Chris Korda, por ejemplo, fundador (¿fundadora?) de la “Iglesia de la Eutanasia” tiene como eslogan: “salva al planeta, suicídate”.

Joaquin Phoenix no llega a tanto, pero se convierte en vértice del pensamiento políticamente correcto, que suele usar la plataforma de Hollywood, y más concretamente el púlpito de los Oscars como amplificador y difusor ideológico. En este caso, Phoenix quiere ir más allá, y si en versiones pasadas de los premios se ha puesto el énfasis en defender a las personas de color, el colectivo LGTBQI y a las mujeres, ahora busca dar un paso más allá y defender a los 
animales. Ningún inconveniente en tal loable objetivo, pero la forma de hacerlo quizá no resulta precisa, pues termina por personificarlos, otorgándoles derechos como si fueran personas.

Podría hablarse así de un “genocidio animal” para alimentar al hombre. Tampoco es broma, recientemente una importante política mexicana denunció el asesinato de “40 millones de animales para la cena de Navidad”. 

Olvidan ambos que solo el hombre es persona consciente y tiene derecho a hacer un uso moderado y responsable de la naturaleza. La causa defendida es buena, el modo de hacerlo es inexacto. No precisamos infravalorar al hombre para defender a los animales, ni debemos personificar a estos últimos para protegerlos o utilizarlos de forma responsable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario