martes, 28 de enero de 2020

EN TIERRAS DE EMILIANO ZAPATA

Raúl Espinoza Aguilera,
@Eiar51 




En mayo de 1971 tuve oportunidad de visitar una zona de Morelos, el Valle de Amilpas, y asistir a un encuentro cultural con universitarios. Ahí conocí a antiguos soldados de Zapata que ya peinaban canas y eran abuelos. Vestían camisa y pantalones de manta, sombreros de palma y huaraches. Conversé con algunos de ellos y decían sentirse orgullosos de haber combatido a su lado. Este jefe revolucionario –comentaron- era decidido y ejercía un firme liderazgo. Incursionaron en varias haciendas azucareras y algunas las incendiaron para mostrar su poderío y llamar la atención del entonces Presidente Porfirio Díaz. 



Al poco tiempo, Porfirio Díaz dimitió y huyó a Francia. Luego los zapatistas marcharon hacia la Ciudad de México y se encontraron con las fuerzas militares de Pancho Villa. En Palacio Nacional ambos bromearon amigablemente sobre quién podría ser el sucesor en la silla presidencial. Hasta que Villa se sentó en la silla y ambos sonrientes posaron para los fotógrafos. Y ese encuentro quedó para la historia. 

Pero en 1971, por estos rumbos de Morelos, faltaba mucho por realizar: carreteras asfaltadas, puentes, presas, sistemas hidroeléctricos, escuelas… 

En estos días de vacaciones de enero de 2020, estuve de nuevo en el estado de Morelos. Visité Anenecuilco, poblado donde nació Zapata, justo cuando estamos en el año dedicado a este prócer la de Revolución Mexicana. También recorrí Cuautla, Amayuca, Jonacatepec, Jantetelco, etc. Algunos de ellos se han convertido en pueblos “Mágicos” y lógicamente se ha incrementado el turismo. 

Tuve oportunidad de observar el progreso cultural y el desarrollo económico de estas ciudades, así como su activa vida comercial. 

Visité el “Centro Educativo El Peñón” y su Bachillerato Técnico. Me dio particular gusto que conserva el mismo buen nivel académico de hace décadas, con magníficos profesores y que muchos de los jóvenes egresados, acuden a Puebla o a CDMX para estudiar carreras universitarias. 

Cierto día, tomé un café con varios padres de familia de “El Peñón” y constaté su ilusión para que el día de mañana sus hijos lleguen a ser buenos profesionistas. Y, por supuesto, están dispuestos a hacer los sacrificios económicos que hagan falta, con tal de convertir esos sueños en realidad. 

Otro día asistí el “Cine Club” del colegio en el que participan matrimonios. La película versaba sobre la superación personal de los profesores y papás y cómo educar mejor a los hijos adolescentes. La participación de los padres fue entusiasta y se plantearon interesantes y prácticas soluciones. 

Un día acompañé a un enfermo a visitar a un médico, antiguo alumno de “El Peñón”, con especialidad en Oncología. Me llamó la atención su excelente preparación profesional y el cariño que guardan por sus estudios de secundaria y Preparatoria en este Centro Educativo. 

Me contaron que una alumna egresada ocupó, con el paso de los años, un importante puesto como servidora pública. Desde chiquilla tenía la ilusión de pavimentar los polvorientos caminos que conducían a este centro educativo y que en tiempos de aguas se llenaban de charcos. Así que, en cuanto pudo, ordenó pavimentar todo el largo camino que conduce a su escuela a las afueras de Jonacatepec. He conocido a otros antiguos alumnos que son abogados, administradores de empresas, ingenieros, pedagogos… 

Otro aspecto que me causó admiración del pueblo morelense es su amor por la vida humana -suelen tener varios hijos-, las familias también suelen permanecen unidas, los abuelitos están bien integrados al amplio núcleo familiar y, sobre todo, son creativos, ingeniosos y con particular empuje para trabajar, aún en condiciones adversas. 

La gran mayoría de las personas que conocí pertenecen a la clase media o media baja y conservan ese empeño por su quehacer profesional cotidiano y optimismo ante las dificultades. En definitiva, los morelenses son un pueblo alegre, con sentido de humor y deseos de progresar.

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