jueves, 20 de diciembre de 2018

POR EL BIEN DE TODOS, PRIMERO LOS POBRES

Mtro. Rubén Elizondo,
Departamento de Humanidades de la
Universidad Panamericana. Campus México
rubeliz@gmail.com

El presidente de México exhorta con frecuencia sobre la importancia de su esfuerzo personal en orden a la prosperidad del país. Como parte de su compromiso expresado con la frase “No tengo derecho a fallar” se puede entender el pronunciamiento “Por el bien de todos, primero los pobres”. 


En la campaña por la presidencia y en los pocos días transcurridos de la nueva administración, López Obrador insiste en la franqueza de su empeño por rescatar en su justa medida a la mayoría de los mexicanos, que sufren diversos grados de carencias económicas notorias. 

Considero muy loable su intención. Y agregó que es meritorio su propósito porque la situación de penuria de muchos es degradante para la dignidad humana.

No me parece que su proyecto deba entenderse como el último grito de la moda o un simple password para acceder a tan alta responsabilidad constitucional. 

En realidad, los escalones de la injusticia económica son desmedidos, la necesidad de la mayoría es apremiante y aumenta potencialmente al paso de los días.

El programa que intenta el presidente de México no me parece sorprendente. Lo considero necesario con necesidad de medio, para lograr la paz y la tranquilidad. 

Me resulta asombrosa, por otra parte, la respuesta belicosa de algunos empresarios y comunicadores.

Parecen decididos a excluir la ética del entorno económico distributivo, tanto en lo que concierne al contexto financiero en general como a los procesos de generación de riqueza en todos los niveles.

El imprescindible esfuerzo por reducir las brechas de distanciamiento económico, corresponde no solamente al poder político. No puede aceptarse la yuxtaposición ineficaz con el poder económico. 

Ambos poderes son indispensables si corren paralelos en orden a la procuración del bien común y el bienestar material de la población. 

Me parece legítimo repensar el modelo democrático apoyado en la bisagra de los presupuestos económicos liberales. Si bien es innegable el crecimiento económico del país en las últimas décadas, es intolerable la acumulación de grandes capitales en pocas manos. 

En México se aprecian modelos de vida que superan con mucho los patrones de bienestar más altos en las economías del primer mundo.

Por eso, constituye un gran acierto la valiente defensa de los más necesitados, porque se crea una esfera que beneficia a todas las partes implicadas en el engranaje económico.

Ciertamente se procurará disminuir la corrupción y la falta de solidaridad del mercado. Opino que no se trata tanto de las expectativas de lo que podemos lograr, sino de lo que debemos esperar y exigir del sistema político y empresarial.

Precisamente porque las actividades económicas y la política misma se encuentran sumidas en una hondonada, y no parece renacer el sentido de solidaridad, no hay más alternativa que apelar al Estado. 

Así se justifica la injerencia estatal, presumiblemente más ética que los individuos que la integran. 

Cabe todavía otra consideración aunque parezca extraña: las entidades sociales, políticas y empresariales deben salvaguardar la libertad frente  al abuso de la libertad. Nada más excéntrico.

La realidad, por el contrario, nos ha evidenciado que los esfuerzos del Estado se quedan anclados en la provisionalidad cuando intenta equilibrar los desajustes sociales. Y al revés. Las energías empresariales resultan transitorias cuando se pierde de vista el conjunto social. 

Esto es así por una razón: la osadía para mitigar la pobreza y contener la corrupción debe permear de arriba hacia abajo, desde el poder político y empresarial, y supone notoriamente la disposición individual a tolerar suficientes dosis de autolimitación. 
Escribió Locke que el mundo y sus riquezas fueron dadas a todos los hombres, en general. Cada uno se apropia una parte con su trabajo.

La decidida invocación del presidente López Obrador por la recuperación de la constitución moral implica a todos los poderes facticos. Y no es ninguna imposición moral porque se trata de factores connaturales a la humanidad. 

No son conceptos religiosos ni doctrinales, es simplemente sentido común y solidaridad. Es ver a los otros necesitados como un yo. Es empatía, es “ponerse en los zapatos del otro”. La ética ¿será la causa de tanta resistencia?

Los efectos de la mejora económica conseguirán, sin duda, mayor liberación y vivacidad económica. La empresa y el estado serán instancias de trabajo gustoso para los empleados, mandos intermedios y alta dirección. De esa manera se asegura la función social de bienestar para todos.

La autolimitación aplicada a los bienes materiales requiere autodominio y autoposesión de uno mismo. No se pretende regalar dinero, senda del populismo; se aspira a que el trabajador sea protagonista de su propio desarrollo, por medio de la ruta del esfuerzo. 

Significa el uso moderado del dinero a favor de los valores solidarios, porque gestionan la justicia distributiva y, por lo mismo, liberan el mercado porque lo hacen equitativo.

La solidaridad es rentable. Es así porque la finalidad es el otro-yo, precisamente por ser un yo mismo. El poder político y empresarial están llamados a descubrirse a sí mismos en los otros. Han de situarse en el mundo de forma que logren captar a los otros como realidades extrasubjetivas. 

La máxima de Confucio destaca un elemento de la ley natural-moral: “Trata a los demás como quieras que te traten a ti”. Si se logra la rentabilidad solidaria se puede alcanzar el beneficio económico como efecto secundario, siempre y cuando la razón instrumental esté al servicio del trabajo competente y bien acabado.

Si el capital más importante apunta al ser humano en su integridad, entonces la política, el Estado y la empresa darán respuesta a la sentencia “Por el bien de todos, primero los pobres”.

Bien se podría reformular la frase del presidente y escribir: “Para que primero sean los pobres, primero deben autolimitarse los políticos y empresarios”. 

La cuarta transformación será inestable si se fundamenta en equilibrios ficticios o convenciones, porque la estabilidad solo se garantizará si se funda en principios que no cambian.

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