viernes, 22 de diciembre de 2017

¿POR QUÉ CELEBRAMOS LA NAVIDAD EL 25 DE DICIEMBRE?

¿Por qué celebramos la Navidad el 25 de diciembre? –La Navidad es la adaptación de una festividad romana del Sol a una celebración cristiana, que pone a Jesús como Sol que ilumina la existencia humana.




1. ¿Cuándo exactamente nació Jesús? La Navidad cristiana recuerda el nacimiento de Jesús en Belén. A diferencia de nuestra cultura, en la que festejamos el día exacto del alumbramiento de una persona, los primeros cristianos celebraban un evento: el que Dios se hubiera hecho un ser humano. Por eso, no importa realmente saber o no el día exacto en el que Jesús vino a este mundo.

En cambio, lo que sí sabemos es que cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio romano en el año 313 con el Edicto de Milán, el emperador Constantino sustituyó las celebraciones romanas por fiestas cristianas.

2. De la fiesta romana del “Sol invicto” a la Navidad. Los romanos tenían, desde el 22 al 25 de diciembre, el Festival del Nacimiento del Sol Inconquistado (en latín: Dies Natalis Solis Invicti), que se celebraba cuando la luz del día aumentaba después del solsticio de invierno, en alusión al “renacimiento” del sol (Wikipedia).

El cristianismo adaptó con mucha facilidad la fiesta del Sol, porque en la Biblia Jesús es comparado con ese astro. Pero no se trataba de introducir una celebración pagana en el cristianismo, sino lo contrario: mostrar que en realidad Jesús es la verdadera luz que ilumina a los hombres.

Jesús se denominó a sí mismo como la “luz del mundo” (Juan 8,12). Ya antes, Zacarías, el padre de Juan el Bautista, se había referido al nacimiento de Jesús comparándolo con el sol, mediante un himno: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lucas 1, 77b-79).

3. Luz para nuestros días. Las celebraciones navideñas llenan de luces las calles de nuestras ciudades y las salas de nuestras casas. Es tradicional decorar con focos de colores los árboles de Navidad.

Esa iluminación representa la intuición de que también nosotros necesitamos una luz que alumbre el camino de nuestra existencia, “especialmente en esta época en que sentimos tanto el peso de las dificultades, de los problemas, de los sufrimientos, y parece que nos envuelve un velo de tinieblas” (Benedicto XVI, Discurso, 7 dic. 2011).

Y ese es precisamente el sentido de la Navidad: que Jesucristo, Dios hecho hombre, al nacer en un pobre y humilde pesebre, vino a compartir nuestras alegrías y nuestros dolores, de manera que encontrar el significado de nuestra vida fijándonos en Él.

Pero no sólo eso, sino que Jesús, en cada Navidad, “se acerca a cada uno de nosotros y pide que lo acojamos nuevamente en nuestra vida, nos pide que lo queramos, que tengamos confianza en Él, que sintamos su presencia que nos acompaña, nos sostiene y nos ayuda” (Benedicto XVI,
ibídem).

Epílogo. La celebración de la Navidad tiene muchas dimensiones y todas son muy entrañables, como los son la reunión familiar, la decoración de las casas y las ciudades, los intercambios de regalos y la riqueza gastronómica.

Pero esos aspectos cobran sentido pleno, cuando esta festividad nos lleva a buscar la verdadera orientación de nuestra vida y la descubrimos en Jesucristo, al que aceptamos como sol del que surge la luz que nos permite descubrir el “para qué” más profundo de nuestra existencia.

Luis-Fernando Valdés,
@FeyRazon lfvaldes@gmail.com

miércoles, 20 de diciembre de 2017

LA NAVIDAD Y LAS OBRAS DE MISERICORDIA

Este año el Nacimiento del Vaticano ha causado una cierta polémica. Como todos los años, el Misterio colocado en la plaza de san Pedro nos recuerda el acontecimiento central en la historia de la humanidad, el parte aguas que divide la medición del tiempo: el nacimiento de Cristo, por mucho que a los laicistas les pese y prefieran usar expresiones más neutras como “era común” o “nuestra era”, en vez del clásico “después de Cristo”. 



En cualquier caso la “era común” o “nuestra era” comienza con un hecho histórico, el nacimiento de Cristo que el pesebre de los hogares cristianos quiere recordar.

Este año el Belén colocado en la Plaza de san Pedro tiene un motivo particular. Busca recordar las obras de Misericordia, desde siempre esenciales al cristianismo, pues el mismo Jesucristo muestra su centralidad en la descripción que hace del Juicio Final según el Evangelio de San Mateo.

Pero, qué duda cabe, dichas prácticas han adquirido un protagonismo especial en la vida de la Iglesia durante el pontificado de Francisco, y el Nacimiento del Vaticano se hace eco de dicha preponderancia. Nadie pone en duda su calidad artística. Regalado por la abadía de Montevergine se ha realizado según el clásico estilo napolitano del siglo XVIII. 

Sin embargo, los críticos han observado que en medio del despliegue artístico y catequético, la escena central, es decir, el nacimiento de Jesús, se vuelve secundaria, adquiriendo protagonismo en cambio las obras de misericordia, en las cuales, a la postre, aparece un hombre desnudo. 

En efecto, la obra de misericordia “vestir al desnudo” se representa con un desnudo musculoso, que podría haber salido de un gimnasio o competencia de físico-culturismo.

El escándalo por el desnudo no es nuevo. Ya en su tiempo Miguel Ángel lo suscitó con sus hercúleos frescos de la Capilla Sixtina. Sin embargo, no deja de entrañar un profundo simbolismo, no se sabe si buscado o providencial.

En efecto, una mirada rápida deja entrever dos cosas: en vez de una cueva o portal tenemos una Iglesia en ruinas; en lugar de que el centro lo ocupe Jesús, lo ocupan las obras.

 Más que una invitación a la contemplación sugiere la acción, el activismo. En lugar de la centralidad de Dios, se ofrece la centralidad del hombre y sus obras. Cabe, sin embargo, una exégesis más benévola. 

En efecto, la honda y particular espiritualidad de Francisco descubre a Cristo en el pobre y en el sufriente, hasta el punto de contemplar las mismísimas Llagas de Cristo en ellos. 

No es desplazar la centralidad de Cristo, es descubrirlo hoy en quien sufre. No le falta razón en cierto sentido, pues a Jesús, además de las representaciones artísticas de los nacimientos, o de su presencia sacramental en la eucaristía, no lo vemos. 

Son nuestros hermanos sufrientes a quienes vemos y debemos aprender a descubrir a Cristo sufriente en ellos.

Por eso el Nacimiento del Vaticano cobra una palpitante actualidad y una urgente invitación. Ya san Juan sentenció “el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. 

Nos invita entonces al amor de Jesús Niño a través de las obras de misericordia corporales, de la preocupación efectiva por quien padece. 

Es una invitación a la acción, pero también a la contemplación. Ese Niño se nos manifiesta hoy, física y concretamente, en el pobre, el enfermo, en todo aquel que sufre.

Esta enseñanza es hoy particularmente pertinente en dos ámbitos, uno inmediato otro más distante. En el primero se nos invita a valorar y agradecer el servicio oculto y sin brillo que nos ofrecen tantas personas que pasan los días de navidad trabajando: veladores, policías, personal de limpieza que en la madrugada del 25 están recogiendo la basura de las celebraciones en los lugares públicos, médicos de guardia en hospitales, azafatas en los vuelos. 

Muchas veces ellos son, como lo fue en su momento la Sagrada Familia, los grandes olvidados de estas fiestas, desplazados por el consumismo. 

En segundo lugar, que descubramos una misteriosa manifestación actual de la Sagrada Familia en los miles de prófugos y refugiados que tristemente jalonan la geografía del planeta. 

Pienso particularmente en los cristianos desplazados de Siria e Irak que quisieran volver a celebrar la Navidad en su lugar de origen. Ayudémosles con nuestra oración y si es posible con nuestro donativo. 

Como Jesús, ellos ahora tampoco tienen techo propio para vivir la Navidad, carecen de hogar por su fidelidad a Cristo.

P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com

¿POR QUÉ IR A MISA EL DOMINGO?

1) Para saber

Una pregunta que a veces nos puede hacer alguien o que nosotros mismos nos cuestionamos es por qué ir a Misa los domingos. El Papa Francisco, en su catequesis sobre la Eucaristía, respondió a dicha pregunta: “Nosotros los cristianos vamos a Misa el domingo para encontrar al Señor resucitado o, mejor dicho, para dejarnos encontrar por Él, escuchar su palabra, nutrirnos en su mesa, y así hacernos Iglesia, es decir, su Cuerpo místico viviente en el mundo”.




En esas pocas palabras el Papa nos dice muchas cosas. En primer lugar, que la Misa es el encuentro entre personas: entre Jesús y quien asiste. Ir a Misa no es ir a algo, sino ir con Alguien. No con cualquiera, sino con Dios mismo. Y, además, nos encontramos con quien más nos ama. Por ello la celebración dominical de la Eucaristía está al centro de la vida de la Iglesia (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2177).

2) Para pensar

Los niños, a pesar de su corta edad, logran comprender muchos misterios divinos. Así lo relata una gran pensadora, Elizabeth Ascombe, quien fue eminente profesora de filosofía en una de las principales universidades del mundo, en Oxford. Ella escribió un artículo sobre el milagro de la transubstanciación que ocurre en la Santa Misa, por el cual el pan se transforma en el Cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre. Señala la importancia de enseñar a los niños, desde muy pequeños, ese milagro por el cual llega Jesús.

Y convencida de la capacidad de los niños de captar muchas cosas –bastante más de lo que algunos suponen–, cuenta una experiencia: “Conocí a un niño de casi tres años y que sólo empezaba a hablar, pero había sido instruido… En la santa Misa esperaba al fondo de la iglesia mientras la madre iba a comulgar. “¿Está Él dentro de ti?” preguntó el niño al volver la madre. “Sí”, contestó. Y para su asombro, el niño se postró ante ella. Puedo dar testimonio de esto, porque lo vi suceder”.

El niño supo de la presencia de ese Alguien, de Jesús. Pensemos cuál es nuestra actitud ante su presencia en la Eucaristía.

3) Para vivir

Así pues, concluye el Papa, no es suficiente decir que hay que ir a Misa porque lo manda la Iglesia. Eso es cierto y muestra que es algo muy importante, pero habría que añadir las razones: “Nosotros los cristianos tenemos necesidad de participar en la Misa dominical porque sólo con la gracia de Jesús, con su presencia viva en nosotros y entre nosotros, podemos poner en práctica su mandamiento, y así ser sus testigos creíbles… Por eso perder el sentido cristiano del domingo iluminado por la Eucaristía sería un pecado… Por estas razones, el domingo es un día santo, santificado por la celebración eucarística, presencia viva del Señor entre nosotros y para nosotros. ¡Es la Misa, pues, lo que hace al domingo cristiano! El domingo cristiano gira alrededor de la Misa. ¿Qué domingo es, para un cristiano, aquel en el cual falta el encuentro con el Señor?”, nos pregunta el Papa.

Incluso donde lamentablemente no puede haber la Santa Misa el domingo, los fieles están llamadas a recogerse en oración, escuchando la Palabra de Dios.

Para que nuestra vida sea plena, procuremos vivir la Santa Misa de modo que toda la semana quede iluminada con la Luz de la Eucaristía.

Pbro. Dr. José Martínez Colín,

viernes, 15 de diciembre de 2017

FIN DEL ESTADO ISLÁMICO EN SIRIA

Hace unos días el ejército ruso anunció que todo el territorio sirio había sido liberado del Estado Islámico. Solo dos días después, el gobierno de Irak junto con la coalición de aliados, a la cabeza de los cuales se encuentra Estados Unidos, confirmó que ese país también había recuperado el dominio sobre todo su territorio. 



Ya no hay tierras bajo el control del ISIS, ya no existe el Estado Islámico o, sencillamente, ha dejado de ser un supuesto “estado”, para formar una guerrilla o una simple asociación terrorista. 

Concluyó una guerra que dejó más de 100 mil muertes y muestras de sadismo inusitadas, como decapitaciones masivas de cristianos que rehusaban convertirse al Islam, niños incluidos, quemados y enterrados vivos, muchas de las
cuales fueron filmadas y subidas a la red.

Realmente es un momento de alegría en la comunidad internacional, que quizá debió haber tenido más eco, pues la crueldad y los crímenes de lesa humanidad de estos monstruos tienen pocos parangones en la historia. 

De hecho, los genocidios recientes se han ocultado estudiadamente a la opinión pública, de forma que de algunos, como los de China y Corea del Norte, no tenemos datos precisos. 

Otros que han salido a la luz, como el genocidio Nazi, o los perpetrados en países comunistas como la URSS o Camboya se han conocido solo después de haberse cometido. 

En Ruanda no hubo un interés en difundir aquel irracional exterminio tribal. DAESH, en cambio, se regodeaba con el sadismo, difundiéndolo masivamente para propagar el terror. Es la primera vez que se transmite en tiempo real un genocidio.

La comunidad internacional no podría permanecer pasiva. Si bien lentamente, se organizó, y solo después de casi cuatro años de guerra pudo acabar con esta pesadilla. Ahora bien, todo hay que decirlo, la gestión humanitaria de los refugiados dejó mucho que desear. 

Muchas poblaciones tuvieron que huir intempestivamente, abandonándolo todo, ante el arribo del terror, y la huida era hacia el desierto, con la esperanza de llegar con vida a algún lugar habitable, sabiendo que si eran sorprendidos en su intento, no habría misericordia para ellos. 

La mayor parte de los prófugos eran cristianos, obligados a elegir entre su fe o la vida y la hacienda. Muchos perdieron la vida, muchos más todo lo demás.

Al acabar la guerra queda una tarea pendiente nada fácil: la vuelta a la normalidad. En este sentido, actualmente hay 95,000 refugiados cristianos que deberían poder volver a sus casas y sus tierras en Irak. 

No es solo volver, sino reconstruir sus más de 13,000 casas, iglesias y conventos destruidos por el odio. No será fácil conseguir los medios y menos aún restablecer la vida.

 ¿Cómo vivir en paz en medio de un pueblo que ha sido testigo mudo de la masacre? Es verdad que poco o nada podían hacer sus vecinos musulmanes, pero también es probable que muchos de ellos hayan sido cómplices, soplones e incluso verdugos, ¿cómo restablecer una convivencia civilizada en esta situación?

La comunidad internacional no podía tolerar la existencia de un estado terrorista. No había espacio para esa lúgubre realidad en el mundo, pues era fuente continua de violencia en el resto del planeta. 

No era solo el altruismo lo que movía a la coalición liderada por Estados Unidos o a Rusia para intervenir en este escenario. Cabe suponer que sus intereses económicos y de seguridad nacional marcaban la urgencia de la intervención. 

Ahora que ya están salvaguardados hasta cierto punto, el problema de los refugiados no les incumbe y pueden hacerse de la vista gorda. 

Y, sin embargo, si hay algo urgente es la situación desesperada de los refugiados, si hay algo importante es que puedan intentar volver a la vida normal, lo que, insisto, reviste de un alto grado de heroicidad por su parte.

Por eso, es importante darles visibilidad, no olvidarlos, no pensar que con la expulsión del ISIS de los territorios de Siria e Irak ya podemos cambiar de página en la historia. 

Por el contrario, algunas de las comunidades cristianas más antiguas del mundo claman por su derecho de vivir en el lugar en el que han estado asentadas desde la época apostólica. 

Por eso no deja de ser encomiable la campaña de Ayuda a la Iglesia Necesitada para que los cristianos de Irak puedan
celebrar la navidad en sus casas. De alguna manera en esos prófugos podemos ver la versión contemporánea de la Sagrada Familia en Belén.

P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com

jueves, 14 de diciembre de 2017

LA ALEGRÍA PROFUNDA DE LA NAVIDAD

“Hoy brillará la luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor” (Is. IX,2). Después del tiempo de preparación, de conversión interior y vigilante espera del Adviento, viene el gran anuncio de que Dios está con nosotros, aquí en la tierra. Y viene para salvar a la humanidad entera, a todos sin excepción.



Escribe el Papa Francisco: “Jesús no se ha limitado a encarnarse o a dedicarnos un poco de tiempo, sino que ha venido para compartir nuestra vida, para acoger nuestros deseos. Porque ha querido, y sigue queriendo, vivir aquí, junto a nosotros y por nosotros” (18-XII- 2015).

Es una realidad que llena de contento nuestras vidas. Pero Dios se muestra, en primer lugar, a los humildes de corazón. 

Cuenta el Evangelista San Lucas que cerca del lugar del establo donde se encontraba el pesebre en que nació el Niño Dios, acompañado de los cuidados y el cariño de Santa María y San José, había unos pastores que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. 

Se les apareció un ángel y les comunicó: “Vengo a anunciarles una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador…” (II, 8-11).

Siempre me ha llamado la atención, también, que cuando los Reyes Magos vieron la estrella en el sitio exacto donde encontraba recostado el Hijo de Dios Encarnado, “ellos se gozaron con una alegría muy grande” (Mt. II, 10). 

Me parece que esa admirable reiteración manifiesta los sentimientos de los primeros testigos del trascendental acontecimiento que cambió la historia de la humanidad.

¿Por qué esa alegría y ese gozo tan grandes? Porque antes de la venida del Señor y después del pecado original de Adán y Eva, durante ese largo período -por la magnitud de esa ofensa cometida- las puertas del Cielo se encontraban
cerradas. 

Fue con la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, quien de nuevo restableció el orden querido por Dios y, a partir de ese importante hecho, las personas pueden ir a gozar del Paraíso eternamente.

Celebramos, pues, no una fiesta que se reducen a un mero intercambio de regalos y buenos deseos de fraternidad y concordia, sino que se trata de una realidad profunda en que a partir de la Pascua de Resurrección las mujeres y los hombres de todos los tiempos hemos pasado a la condición de ser hijos de Dios. No siervos ni tampoco amigos, que ya sería mucho, sino ¡hijos de un Padre que nos ama con ternura e infinito amor!

Es aquí donde radica nuestra alegría profunda, el gozo y el buen humor, a pesar de las adversidades y contrariedades que en esta vida habitualmente se presentan. Y esa paz, esa caridad y esa esperanza la hemos de transmitir a quienes nos rodean y con quienes tratamos. 

Y, por consiguiente, anhelamos tomarnos más en serio la vida cristiana cuyo Modelo es Cristo, para que un día podamos escuchar, también, aquellas palabras: “Alégrate, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor” (Mt. XXV,23).

A todos los lectores y a sus familias les deseo una muy Feliz Navidad y un Año Nuevo lleno de logros y prosperidad.

Raúl Espinoza Aguilera,
raulespinozaaguilera@gmail.com

miércoles, 13 de diciembre de 2017

LA GRANDEZA DE LOS PEQUEÑOS

1) Para saber

En la primera semana de Adviento, el Papa Francisco, durante su homilía pronunciada en la Misa, señaló que todo cristiano debe ser humilde si quiere crecer hacia la plenitud del Espíritu Santo. Ahora bien, “¿qué es ser humilde?”, se preguntó el Santo Padre. “Algunos pueden pensar que ser humilde es ser educado, cortés, cerrar os ojos cuando se reza… No, ser humilde no es eso. Entonces, ¿cómo puedo saber si soy humilde?”, insistió.

“Hay una señal para saber si tengo humildad: aceptar la humillación. La humildad sin humillación no es humildad. Humilde es aquel hombre, aquella mujer, que es capaz de soportar las humillaciones como las ha soportado Jesús, el humillado, el gran humillado”, explicó.

2) Para pensar




Se cuenta que había un niño pastorcito que cuidaba sus ovejas en el campo. El niño era piadoso y se había hecho el mismo un rosario con una cuerda a la que le había hecho diez nudos para las avemarías, y así rezaba mientras sus ovejas pastaban. En eso pasó un señor, el cual vivía alejado de Dios. Tanía tan poca fe, que casi desaparecía. Al ver al niño que el niño rezaba se acercó para cuestionarlo. El pastorcito lo saludó amablemente. El señor, en un tono medio burló y con un tufillo de orgullo le hizo una propuesta al niño: “Mira, te daré una manzana si me dices dónde está el Dios al que le rezas”. El niño se desconcertó, pero se puso a pensar y se le iluminó el rostro y contestó: “Mire señor, yo le doy dos manzanas si me dice dónde no está Dios”.

El señor se retiró humillado, reconociendo que el niño sabía más que él.

Hay un pasaje en el Evangelio donde el Señor da gracias a Dios Padre por revelárseles a los pequeños y humildes. Una condición para abrirse a los misterios divinos es tener un corazón humilde. Pensemos qué tan abierto tenemos el corazón.

3) Para vivir

Cada cristiano, dice el Papa, es “como un pequeño brote donde se posará el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia… De la pequeñez se crece a la plenitud del Espíritu. Esta es la vida del cristiano… Es preciso ser conscientes de que cada uno de nosotros es un brote de aquella raíz que debe crecer. La misión del cristiano será custodiar ese brote que crece en nosotros, custodiar el Espíritu”.

La vida del cristiano ha de ser un crecimiento, y para ello hay que llevar el estilo de vida del cristiano: “Es un estilo como el de Jesús, sustentado en la humildad”, dice el Papa.

El Pontífice finalizó su homilía pidiendo “que el Señor nos de esta grandeza de custodiar lo pequeño hacia la plenitud del Espíritu. No olvidéis las raíces y aceptad las humillaciones”.

Pbro. Dr. José Martínez Colín,

viernes, 8 de diciembre de 2017

¿POR QUÉ ES IMPORTANTE EL TIEMPO DE ADVIENTO?

Uno se despierta por la mañana, se dispone a tomar desayuno -si ya está entrado en años-   ojea el periódico;   en   caso   contrario,   los  servicios   de noticias   a los   que   se está  afiliado  bombardean su
celular con información. 



Para tomar el café se encuentra entonces con que el atentado de Somalia ya superó los 500 muertos, pero como son africanos a pocas personas parece importarle; un nuevo caso de corrupción, políticos y empresarios procesados, todo ello en medio de una apacible mañana, como trágico aperitivo de una estresante jornada laboral de fin de año. 

La abrupta realidad nos invita a reflexionar, “¿qué estamos haciendo?”, mejor aún, “¡Señor!, ¿qué estamos haciendo?” Y al formular esta pregunta ya  estamos planteando el Adviento de modo adecuado, hemos comenzado a comprenderlo.

¿Por qué es importante el tiempo de Adviento? Quizá sería mejor decir: “es imprescindible el Adviento”. La evidencia de que, pese a todos nuestros avances científicos y tecnológicos no alcanzamos a construir una sociedad justa, una sociedad sana, una sociedad feliz, pone en evidencia de forma patente nuestra incapacidad para resolver problemas humanos, en el sentido de éticos, con soluciones técnicas. 

Existe un profundo desbalance entre la capacidad técnica de la humanidad que va aparejada a su miopía moral. Tal desajuste en ocasiones amenaza con adquirir inquietantes dimensiones, al descubrir con horror que podemos iniciar una guerra nuclear por 
caprichos y banalidades. 

Que sea imprescindible el Adviento significa reconocer con sencillez que muy probablemente solos no la hacemos, somos incapaces de satisfacer los anhelos más profundos del corazón humano, necesitamos urgentemente de todo un Dios para conseguirlo, precisamos un Salvador.

Eso es el Adviento. La conciencia de la espera, la evidencia de nuestra incompetencia, la certeza de que nuestros buenos deseos, las buenas intenciones y toda esa formidable capacidad técnica de la humanidad terminan por ser insuficientes; necesitamos algo más, mejor aún, Alguien más. 

La espera de Israel, donde todo un pueblo expectante, durante siglo anhelaba la llegada de su mesías se continúa ahora: toda la humanidad espera “que alguien haga algo”, que se nos muestre la vía y que nos ayude a recorrerla, Alguien que nos diga con verdad: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. 

Necesitamos a Jesús, seamos conscientes de ello o no. De forma consciente o inconsciente, precisa o difuminada, la expectación generalizada es, precisamente, de lo que entendemos desde la fe por Jesucristo.

La liturgia celebra el misterio de Jesucristo a lo largo del año. Al hacerlo, también invita reflexionar sobre el misterio del hombre mismo. Pero quizá el tiempo de Adviento, tiempo de espera, sea el que caracterice con mayor agudeza la existencia humana. Muchas veces podemos encontrarnos a la espera de que algo suceda, de que algo pase y cambien las cosas. 

Quizá de forma inconsciente lo esperamos a Él, pues somos conscientes, cada vez con mayor claridad, de que solos no podemos. Esa experiencia personal se multiplica en la sociedad. 

Es verdad que con frecuencia nuestra vida frenética y la oferta interminable del consumismo consiguen hacérnoslo olvidar. Pero tarde que temprano nos volvemos a encontrar solos con nuestro vacío, y ese vacío clama por Él. 

Descubrimos entonces que a pesar de toda esa actividad frenética y de todas esas realidades materiales que nos hemos procurado, no ha disminuido en nada ese vacío, resulta patente que vamos por el camino equivocado. Esos momentos son fundamentales para mirarle a Él.

En la liturgia el Adviento tiene dos partes muy marcadas. En la primera se pone el acento en la espera de la segunda venida de Cristo, cuando venga a juzgar a la humanidad, a darle a cada uno lo que merece, a realizar esa justicia que nosotros solo imperfectamente podemos atisbar. 

La segunda parte es la novena de la Navidad. A partir del 16 de diciembre la mirada se centra más en Jesús que va nacer; en el recuerdo de lo que sucedió, cuando pasmados contemplamos a todo un Dios que se hace niño, y niño pobre, en el seno de una humilde familia. 

San Bernardo habla de una tercera venida silenciosa, entre la primera y la última, al corazón de cada uno de nosotros. Si lo recibimos, ello supone que aceptamos el mensaje de la primera venida, mientras anhelamos la manifestación definitiva de Dios en la segunda, con la certeza de tener ya su presencia en nuestro corazón colmando ese formidable vacío. 

Vivir el Adviento es entonces una activa espera, donde procuramos tomar conciencia de las dos venidas de Cristo, mientras le hacemos un espacio en nuestro corazón y en el de nuestros congéneres, para que venga a sanar nuestra limitación y pobreza. 

Toda la vida puede verse entonces como un gozoso Adviento en medio de un mundo que, como en la primera venida, lo ignora al tiempo que lo necesita.

P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com

lunes, 4 de diciembre de 2017

CONSTANTINO: "CON ESTE SIGNO VENCERÁS"

1) Para saber



En su catequesis sobre la Santa Misa, el Papa Francisco quiso hacer una referencia a su inicio: persignarse con el signo de la cruz. E hizo un pedido especial a favor de la formación cristiana de los niños: enseñarles a hacer correctamente el signo de la cruz. Les preguntó a los fieles: “¿Ustedes han visto cómo los niños se hacen el signo de la cruz? Porque no sabes qué cosa hacen, si el signo de la cruz o un dibujo. Hacen así”, e hizo con su mano un movimiento rápido sobre el pecho. Es necesario “enseñar a los niños a hacer bien el signo de la cruz, pues con él comienza la Misa, así comienza la vida, así comienza la jornada”, pidió el Papa, quien luego marcó lentamente una cruz comenzando desde su frente hacia abajo y luego a cada lado del pecho, primero a la izquierda y luego a la derecha.

2) Para pensar

Podemos recordar lo que el historiador Eusebio de Cesarea recoge en su obra “Vida de Constantino”, en donde recoge la biografía del Emperador, de quien fue contemporáneo. Ahí relata lo que le contó el mismo emperador.

Era la noche del 27 de octubre del año 312, Constantino descansaba en su campamento militar en las afueras de Roma. Al día siguiente sus tropas se enfrentarían a las de Majencio y se jugaba mucho más que el honor: ser emperador de Roma.

Si se alzaba con la victoria el Imperio estaría en sus manos, si caía derrotado encontraría la muerte y Majencio sería el emperador. Entonces Constantino, quien no era cristiano, contempló hacia el firmamento y sobre el Sol apareció una cruz rodeada por la leyenda ‘In hoc signo vinces’ (‘Con este signo vencerás’). Quedo muy impresionado, y esa misma noche soñó con Jesucristo quien le hizo comprender el mensaje y sabía que con ese signo vencería en sus batallas a sus enemigos. Era el símbolo de los cristianos tan perseguidos en el Imperio y que en los últimos años habían aumentado mucho.

Según cuenta Lactancio, el emperador incorporó en los escudos y estandartes de su ejército la cruz. Y así, tras esta visión, interpretada como una intercesión divina, Constantino venció a su enemigo Majencio en la batalla del Puente Milvio y se hizo con el Imperio. Más tarde, con el Edicto de Milán daba libertad de culto y dejaba de perseguirse a los cristianos.

La leyenda de la cruz en el cielo que vio el emperador Constantino, quedó inmortalizada con el fresco de La Visión de la Cruz realizado en la Ciudad del Vaticano en 1524 por los ayudantes de Rafael Sanzio. De este modo, la leyenda de la visión que cambió las águilas imperiales por las cruces latinas nunca se olvidaría. Ello contribuyó a que la cruz pasara a convertirse en un símbolo importante en el cristianismo.

3) Para vivir

La Cruz representa algo muy profundo. Este signo “quiere decir que nosotros somos redimidos con la Cruz del Señor”, explicó el Papa, “miren a los niños y enséñenles a hacer el signo de la cruz”.

El Santo Padre hizo también un llamado a los fieles a contemplar “devotamente la imagen del crucifijo, porque no es un adorno más para llevar, sino el símbolo de la fe cristiana, es el símbolo de Jesús, muerto y resucitado por nosotros”. Así, cada vez que veamos una cruz, hemos de ver en ella el inmenso amor de Dios por nosotros y agradecérselo.

Pbro. Dr. José Martínez Colín, 
articulosdog@gmail.com

sábado, 2 de diciembre de 2017

LA ESPERANZA Y LOS PROPÓSITOS DE AÑO NUEVO

Siempre que concluye un año, resulta oportuno hacer un examen de nuestras propias acciones y logros realizados a lo largo de los doce meses. Cualquier persona que tiene un negocio, habitualmente suele hacer un balance general de su empresa.




El actuar humano tiene sus claroscuros: aciertos y errores; metas realizadas y fallos cometidos; días luminosos y decisiones acertivas; noches oscuras, de borrascas y equivocaciones en las que se incurrió.

Hay quienes temen enfrentarse a hacer un balance de su propia vida por miedo a desanimarse o dejarse abrumar por sus errores y caer en el pesimismo.

Pero es importante tener la valentía de poner en claro nuestras actuaciones con la finalidad de conocernos mejor. Además, definir cuáles son nuestras cualidades y virtudes y cuáles nuestros puntos flacos. Y con base a ese examen, fijar metas y objetivos para el año venidero.

Para ello hay que conservar la esperanza y el optimismo. Todos tenemos defectos –y algunos bastante evidentes- pero lo fundamental es luchar contra ellos. Así el iracundo tiene que esforzarse por ser paciente y sereno; el soberbio, por ser humilde; el codicioso, por ser más desprendido de los bienes materiales; el envidioso, por alegrarse ante el bien de los demás; el perezoso, por ser más diligente y eficaz en su trabajo o en el estudio; el destemplado por ser más sobrio y mesurado en el beber, el comer, etc.

Es necesario -como los buenos atletas- mantener un espíritu deportivo y alegre en esa lucha diaria. Sabiendo que para crecer en una virtud o erradicar un defecto concreto no se logra “por arte de magia” ni de la noche a la mañana, sino que es tarea de muchos años o incluso de toda una vida.

El pensador Romano Guardini decía –con sabiduría- que tenía capital importancia para no desenfocar el sentido de la existencia, ser profundamente feliz y no caer en la desesperación: el aceptarse a sí mismo; aceptar a los demás como son y aceptar la realidad circundante tal y como se nos presenta. Sin duda, es una invitación a ser realistas y a partir de esos hechos, intentar mejorarlos dentro de lo humanamente posible.

El que pone su fundamento en Dios vive de la esperanza ya que esta virtud es fuente de alegría y permite soportar con paciencia los sufrimientos y penas. Sobre todo, porque se tiene el convencimiento de ser su hijo muy querido, y entonces, se tiene la seguridad de que, si se da una buena batalla por mejorar, Él pondrá el incremento para lograr esas metas y anhelos en cada una de nuestras vidas. 

Raúl Espinoza Aguilera,
raulespinozaaguilera@gmail.com

EL VIAJE MÁS DIFÍCIL DEL PAPA

El Papa Francisco acudió a Myanmar a defender a una minoría musulmana, atacada y desplazada. Pero, ¿cómo podía el Papa defender a los rohinyás y, a la vez, mantener la buena relación con el gobierno birmano y la mayoría budista que niegan esta crisis?




1. La crisis de los rohinyás. La etnia musulmana rohinyá habita en Arakan, al occidente de Myanmar (antes Birmania), país de mayoría budista. Según Amnistía Internacional, esta minoría ha sufrido violaciones a sus derechos humanos bajo la Junta birmana, desde 1978, por su oposición a la formación de un estado budista en Birmania, y como resultado muchos han huido a la vecina Bangladés.

Los budistas radicales afirman que los rohinyás no son birmanos, porque llegaron ilegalmente cuando el país era colonia inglesa, los acusan de no coexistir en paz y de querer imponer la ‘sharia’ (la ley islámica). El gobierno ha recluido a más de 140 mil personas en el
gueto de Aungmingalar.

Como respuesta, desde octubre de 2016, grupos terroristas musulmanes en esa zona han atacado a civiles y militares. El ataque más sangriento ocurrió el pasado 25 de agosto. Por las represalias del ejercito a ese hecho, alrededor de 640 mil rohinyás huyeron al sur de Bangladesh.

Según la ONU, se trata de una “limpieza étnica” (El País, 13 sep. 2017). Suman ya un millón los rohinyás desplazados en Bangladés.

2. Dificultades políticas del viaje papal. Con tiempo, el cardenal de Myanmar le advirtió al Papa que utilizara la palabra “rohinyás”, porque esto podría acarrear consecuencias para la minoría católica del país.

Esto es algo más que no utilizar una palabra incómoda. Más bien, como el gobierno local no quiere aceptar que existe una represión militar contra esa minoría ética, mencionar ese término equivaldría a denunciar la represión en su propia cara.

3. Una solución ingeniosa. Francisco, que desde el conflicto de agosto había expresado públicamente su preocupación por los desplazados, no podía ahora mencionar abiertamente el tema en tierras birmanas. Pero lo que sí pudo hacer fue dirigir mensajes en los que invitó a las autoridades a vivir la justicia y a los líderes religiosos a convivir en paz.

A los dirigentes de la sociedad civil de ese país, el Pontífice les pidió a los que pidió dejar a un lado las diferencias porque crean división, y los exhortó a respetar a las diferentes etnias del país.

Después, cuando habló de las diferentes confesiones religiosas, Francisco afirmó que éstas “no deben ser una fuente de división y desconfianza, sino más bien un impulso para la unidad, el perdón, la tolerancia y una sabia construcción de la nación” (ACI, 28 nov. 2017).

Y, como colofón, el Papa viajó al vecino país de Bangladés, que ha acogido a los desplazados, y desde ahí lanzó una llamada a la comunidad internacional para que ayudé a los refugiados, aunque evitó utilizar el término “rohinyás”.

Epílogo. Francisco asumió el riesgo de una visita complicada, que podía generar un conflicto diplomático con el gobierno de Myanmar y romper la armonía con los líderes budistas.

Pero la misión del Papa lo ameritaba, pues el Papa quería defender los derechos humanos de una minoría maltratada y, a la vez, necesitaba recordarles a los líderes espirituales el verdadero papel
de las religiones, que están para fomentar la paz y la unidad.

Luis-Fernando Valdés,
@FeyRazon lfvaldes@gmail.com

viernes, 1 de diciembre de 2017

GUÍA PARA ELIMINAR DERECHOS

Un hábil uso del lenguaje puede hacer que los derechos de siempre, aquellos conseguidos en la historia de la humanidad a través del ingente sacrificio de muchos de nuestros congéneres, como por arte de magia se conviertan en papel mojado.




Sin derogarlos ni modificarlos, una hábil estrategia lingüística y comunicativa puede convertirlos precisamente en lo contrario de lo que significaban en su originen y prohibir precisamente aquello que buscaban garantizar. 

Nuevamente, no se trata de una paranoica hipótesis del complot; ya es una realidad en muchos lugares y rubros
pero, sobre todo, es una moda, un modo bastante en boga para imponer los criterios de una minoría prepotente y bienpensante.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos proclama el derecho a la libertad religiosa. Es curioso e irónico notar cómo Francia interpreta la “libertad religiosa”.

Desde hace unos años allí está prohibido llevar un crucifijo o una medalla al colegio para no herir los sentimientos religiosos de otras personas. 

Como probablemente alguien no comparta mi religión, probablemente le moleste ver una señal religiosa en mi persona; para evitar esa incomodidad me conculcan mi libertad de manifestar pacíficamente mis sentimientos religiosos. 

Ya no se puede manifestar públicamente la propia religión porque probablemente a alguien le moleste. En nombre de la “libertad religiosa” elimino la “libertad de manifestar públicamente mi religión”.

De paso se limita también mi libertad de vestir como yo quiera. Es decir, puedo llevar una cruz invertida en mi camisa, haciendo publicidad quizá a un grupo de death metal, pero no puedo llevar un alzacuello (recuadro blanco en el cuello de la camisa clerical que distingue al sacerdote
del “darketo”) como señal de mi condición sacerdotal. No es una teoría. 

Soy mexicano y al ir a sacar mi pasaporte amablemente me pidieron que me quitara el alzacuello, porque por ser un documento oficial “no podía llevar ningún signo religioso”. Si en cambio le estuviera haciendo publicidad a Iron Maiden, seguro que no habría habido ningún problema.

Se comienza a escuchar que para un número cada vez más relevante de funcionarios de la ONU la educación religiosa violenta la libertad religiosa de los niños. 

Toda persona es libre de decidir tener religión o no, pero –argumentan- si la religión se le enseña a los niños se les está arrebatando esta libertad, pues carecen del criterio para determinar cuál prefieren, porque sencillamente practicarán la que sus padres les señalen. 

Sus padres les están quitando la libertad religiosa al imponerles una religión particular en un momento en el que son muy influenciables y carecen de criterio para elegir cuál camino religioso desean seguir, si es que desean tomar uno.

¿Qué hacer entonces? Para defender la “libertad religiosa” se debe promover el ateísmo, es decir, la ausencia de religión. No se debe enseñar ninguna religión a los niños, de forma que no estén “predispuestos” y puedan después elegir con total imparcialidad por sí mismos y sin ninguna presión externa, incluida la de los padres.

Obviamente la supuesta “imparcialidad” del ateísmo lo convierte de facto en la “religión impuesta por el estado”. De implementarse, tal medida eliminaría el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones, derecho, sobra decirlo, reconocido en la declaración de la misma ONU señalada más arriba.

La supuesta “imparcialidad” del ateísmo es una abstracción. Los padres también eligen el nombre de los niños, traerlos al mundo, lo que van a comer o donde van a estudiar, o como
vestirse. 

Al hacerlo no realizan ninguna violencia, sencillamente los introducen en la sociedad, labor indispensable como seres humanos sociales que somos. 

Pensar que eso es violentar la libertad es tratar con una noción abstracta y manipulable de libertad olvidando la realidad concreta. Pero eso no importa si lo que quiero es imponer globalmente mi propia ideología reinterpretando los derechos humanos. 

Recientemente hubo una votación en el seno de la ONU en la que por muy poco se reconoció el derecho primordial de los padres para educar a los hijos frente a los adoctrinamientos del estado. Ahora no pasó, pero lo volverán a intentar más tarde.

Estados Unidos se alió con los países africanos para frenar tal atropello. Nuevamente, una relectura adecuada de los derechos puede conculcar el derecho de los padres a educar a los hijos según sus propias convicciones, y quien arrebataría tal derecho sería la ONU, que lo proclama en sus propias declaraciones, ¿cabe una mayor esquizofrenia institucional?

P. Mario Arroyo.
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com