jueves, 3 de agosto de 2017

LA NECESIDAD DE REZAR POR VENEZUELA

Resulta triste seguir las noticias y ver cómo continuamente se somete a prueba la paciencia del pueblo venezolano. A las carencias materiales de lo más indispensable se ha unido una dura represión que ya ha cobrado multitud de víctimas. 


Pero sobre todo, no se vislumbra una salida viable a tanto infortunio, por lo que la prueba, ya demasiado larga, tiende a terminar con la paciencia y acabar con la esperanza de este pueblo.

Es triste el espectáculo pues, sin hacer ningún juicio de carácter político o vulnerar la soberanía del país, contemplamos impotentes el sufrimiento de una nación hermana. 

Una injusticia que ya va siendo demasiado larga, orillando a la desesperación de la gente, que ya no teme la represión, pues lo ha perdido todo. Es triste porque impotentes palpamos la injusticia y el
sufrimiento inmerecidos de un pueblo amigo. Ciertamente no es fácil hacer un juicio desapasionado con los datos que nos llegan a quienes estamos fuera del conflicto. 

Pero por narraciones en primera persona de la gente que vive allí, nos percatamos de que la situación es insostenible. Por ejemplo, se hacen campañas para enviar insulina, pues no hay para los diabéticos, y sin embargo, muchas veces esa insulina recolectada con el esfuerzo y la generosidad de muchos, no llega a los destinatarios por corrupción o prepotencia. Ya es un escándalo que no puedan abastecerse de un medicamento vital para los diabéticos, pero si a ello le unimos la obstrucción de la ayuda humanitaria…

Por eso, muchas veces ni los deseos de ayudar resultan eficaces. La creatividad solidaria ha sido capaz de superar la barrera de la distancia, pero se muestra impotente frente a la corrupción y prepotencia. 

Quizá le suceda algo semejante a todos aquellos empeñados en los esfuerzos diplomáticos para encontrar una solución pacífica, respetuosa de los derechos humanos y de la soberanía, es decir, fomentar un auténtico y sincero diálogo. La solución violenta no parece ser una oferta razonable, ni nadie está dispuesto, por el momento, a enfrascarse en un conflicto militar con el régimen de Maduro.

¿Qué nos queda entonces? ¿Resignarnos y contemplar impávidos a un tiempo la represión y la desesperación de un pueblo?, ¿distraernos en otros temas más positivos, evitando pensar en realidades incómodas? En ese caso, ellos permanecerían sufriendo, pero nosotros nos deshumanizaríamos al insensibilizarnos cegados por nuestro egoísmo y comodidad. Por lo menos esta no es una respuesta cristiana, tampoco auténticamente humana. 

La actitud correcta es la de compadecer, la de no permanecer indiferente ante el sufrimiento ajeno, y hacer lo posible por paliarlo. Sin embargo, es verdad que no nos quedan muchas salidas, además de sensibilizar a la opinión pública, presionar a los gobiernos para que ejerzan una respetuosa presión diplomática y seguir fomentando la ayuda humanitaria.

Para una persona de fe, sin embargo, queda siempre la posibilidad de orar. En efecto, cuando los hombres palpamos nuestra impotencia e incapacidad para resolver las injusticias y sufrimientos ajenos, resulta muy agradable a Dios la petición e intercesión confiada por nuestros hermanos. 

Es, a la par, una muestra de fe en el poder de la oración y de caridad hacia el hermano sufriente. Es verdad que más de uno puede esbozar una sonrisa burlona, pero con ello no haría sino evidenciar su ignorancia, pues no son ni uno, ni dos, los episodios en la historia en los que duras crisis se han resuelto de forma inexplicable después de una oración intensa e insistente. 

Uno poco conocido es Dunkerque, episodio histórico de moda gracias a la película de Christopher Nolan. Inexplicablemente Hitler ordenó detener el ataque, al tiempo que Gran Bretaña, con el rey a la cabeza, hacía oración a Dios, pues poco más podía ofrecer, ganándose así tiempo indispensable para poder evacuar al ejército.

En fin, tratándose de oración, no pueden ofrecerse demostraciones causales necesarias. Las personas con fe sabemos, sin embargo, que si bien Dios no nos quita la libertad, incluso para hacer el mal, tiene otros recursos y otras formas de hacer “que las cosas sucedan”. 

En el caso de Venezuela es fundamental que les brindemos nuestra solidaridad espiritual pidiendo por ellos.

P. Mario Arroyo, Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com

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